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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Carlota, acercándose a Rivera, le preguntó al fin en voz baja y temblorosa: ¿Ha hecho resistencia? Nada. Queda muy contento. Tranquilízate. El director nos ha asegurado que no tardará mucho tiempo en volver sano a su casa. Mario se había quedado atrás y contemplaba abstraído la puesta del sol. El cielo estaba azul. Sus profundidades se extendían sin nubes sobre su cabeza.
Debajo de ella, las olas inmóviles se extendían como una masa opaca donde sólo de vez en cuando brillaba la tenue luz fugitiva de un astro. La brisa húmeda trajo á su nariz los acres olores marinos. Permaneció así largo rato, abstraído, enteramente emboscado en las memorias de otros días.
Los ojos, habituados a la suavidad de los tabiques blancos del piso inferior, a su penumbra ligeramente azul, que le daba el aspecto de un paseo conventual, parpadeaban por exceso de luz en esta cubierta de arriba, donde vastos espacios quedaban a cielo libre, caldeándose las tablas bajo el fulgor solar. Algunos toldos extendían sombras rectangulares y negruzcas sobre el suelo amarillento.
Sin embargo, diseminadas aquí y allá, orando prosternadas frente a los altares con la cabeza cubierta, veíase algunas mujeres; otras se arrimaban a las ventanillas enrejadas de los confesonarios y extendían la mantilla por ambos lados de la cara para depositar con un cuchicheo imperceptible sus pecados en el sagrado tribunal de la penitencia.
Era otro panorama; estaban a espaldas de la sierra; montes rojizos, lomas monótonas como oleaje simétrico se extendían cerrando el horizonte a la izquierda de la vía.
Las vistas de este soberano en ordenar este viage, no eran solamente de hacer alianza con estos pueblos bárbaros para intimidar á los españoles y encerrarlos por este lado, mas se extendian á otras ventajas independientes de estos motivos políticos.
Junto a la casa de Dios varios mendigos extendían las mugrientas manos, y cuando no pasaba gente se insultaban con el más desvergonzado vocabulario, que trocaban en quejumbrosos ayes si alguna señora vieja se detenía a leer los cartelillos de triduos y novenas.
Doña Luz sintió nacer en su espíritu la primavera de la vida; oyó cantar las aves; vio, como en espejo mágico, el paraíso; aspiró el perfume embriagador de rosas hadadas, y pensó que se extendían por su seno el calor suave y la luz dorada de un sol ideal, iluminando y vivificando un mundo bellísimo, recién creado y oculto en su alma.
Pecado miró con receloso espanto la hilera de cabezas que en el borde de la tapia se le aparecía, y ante aquella visión de pesadilla se sintió domeñado, aunque no cobarde. Terrible coro de amenazas e injurias brotó de aquella fila de bocas, y más de cincuenta brazos se extendían rígidos por encima de la tapia. Pero el alma de Pecado se componía de orgullo y rebeldía.
Anduve detrás de mi madre, cogido a su falda, sin dejarla hacer nada, hasta que vino el viejo Irizar, con su traje negro y su sombrero de copa, y me tuve que sentar junto a él en el banco del centro. Poco a poco fueron entrando mujeres vestidas de luto, que se arrodillaban, extendían paños negros en el suelo, desarrollaban la cerilla amarillenta y la encendían.
Palabra del Dia
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