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Esta vez, , me explico tu deseo de verme encadenada; pero ¿qué importa, para tus proyectos, que sea a Martholl o a cualquier otro? Es que Huberto me place. Lo encuentro muy bien. Cuando vayamos juntas al teatro me gustará tenerlo en el fondo del palco; los hombres como él, hacen valer a las mujeres que acompañan.

Contó al barón la pasión insensata que lo consumía desde hacía seis meses; le explicó cómo se había despojado de todo por la señora Chermidy. El barón era un hombre excelente y quedó tristemente impresionado al oír que aquella casa que había visto levantarse en pocos meses había caído más bajo que nunca.

«¡Virgen del Carmen! exclamó para Rosalía . ¡Con qué gente me he metido!... Si el Señor me saca en bien de este mal paso, nunca más volveré a dar otro semejante». Celestina dijo la mellada en tono amistoso , ¿y yo no me peino hoy? La otra explicó su tardanza con lo mucho que tenía que hacer.

Explicó detenidamente varias lides, no muchas aún, porque empezaba a asistir, como quien dice.

Explicó primero de qué modo casual había venido a su poder, y después leyó en voz baja y con aparato de misterio el siguiente párrafo: «Lo que me dices de Luis no tiene fundamento. No he vuelto ni volveré a reanudar mis relaciones con él por razones muy largas de explicar, algunas de las cuales ya conoces. Lo de D. Santos, aunque por ahora no hay nada, lleva mejor camino.

No quería, evidentemente, que Francisca estuviese al corriente de nuestras averiguaciones, y yo había hablado como una tonta. Viendo que no había modo de retroceder, la de Ribert explicó a Francisca el estudio que estaba haciendo sobre el celibato, pero se abstuvo de hacerme intervenir en el asunto. Francisca se quedó entusiasmada.

Este y su mujer siguieron siempre en la corte siendo dechados de elegancia. Inesita, luego que pasó tiempo, filosofó con serenidad acerca de don Braulio y explicó su muerte de un modo satisfactorio para ella.

Bonis se sintió apetecido; se explicó, como a la luz de un relámpago, la escena de aquella noche de los polvos de arroz; leyó en el rostro de su mujer una debilidad periódica, una flaqueza femenina, como sumisión pasajera de la hembra al macho, además una misteriosa y extraña corrupción sin nombre: todo esto lo cogió al vuelo, confusamente; tuvo la conciencia súbita de cierta superioridad interina, fugaz; y enardecido por su propio capricho, por las excitaciones que aquel ocaso interesante de hermosura, o, mejor, de deseo, con que se iluminaba Emma, producía en él, se arrojó a un atrevimiento inaudito; y fue que, de repente, se dejó caer de rodillas delante de su mujer, se le abrazó a las almidonadas blancuras, que crujieron contra su pecho, y con voz balbuciente por la emoción, entrecortada y sorda, dijo mil locuras de pasión habladora, que se desborda primero por las palabras; palabras de lascivia en jerga amorosa, en diminutivos, tal como él las había aprendido de todo corazón en su trato con la Gorgheggi.

Eso digo yo, Sr. D. José. ¿Por qué todo esto no ha de ser nuestro? A ver, ¿qué razón hay? ¿Qué pecado hemos cometido usted y yo para no vivir aquí? Justamente: ese es mi tema. Hay que decir las cosas muy claritas. Que venga esa revolución, que venga. ¿Somos iguales, o no? afirmó Miquis con acento de Mirabeau. Así es que yo no me explico...».

Muñoz se levantó bruscamente y cerró con violencia la puerta. Afuera cesaron al instante las risas y la animación del grupo. Castilla llamó, dulcemente. ¡Una palabra, Muñoz, nada más que una palabra! Y a través de la puerta le explicó que en casa de Charito le había buscado para salir juntos, que la tonadillera quería verle a toda costa y que él se había comprometido a llevarle.