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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Como quiera que fuese, Doña Blanca hacía tiempo que estaba harta de vivir. La única idea, el único propósito, el solo fin que en su vivir estimaba era el de cumplir un deber terrible: el evitar que su hija heredase á D. Valentín.
Entonces sentía Rafaela grandes veleidades de plantarle; pero, como era caritativa y estimaba además como gloriosa producción de su ingenio y de la energía de su voluntad todos los progresos y mejoras de un espíritu cultivado por ella, resistía a la tentación de plantar a Arturito.
Quedóse allí como coadjutor de la nueva parroquia, y a los pocos años ascendió a párroco. Le estimaba mucho don Alejandro, y le dio un abrazo apretadísimo. Tuteaba a las Escribanas, porque eran hijas suyas de confesión y pertenecían además a una de las congregaciones que dirigía él, y les dijo algunas cuchufletas en cuanto las vio allí muy emperejiladas.
No quiso Lotario decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que así, acaso y sin pensar, y no de propósito, la había solicitado. »Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba.
Al bufón, por lo mucho que le estimaba, dejaba seis mil doblones; al cocinero mayor, por un gran beneficio que le había hecho, mil doblones; á Pedro y Casilda, mil ducados á cada uno; cuatro mil ducados para los pobres, que debían darse de limosna para su alma, y diez mil ducados á la parroquia de San Martín por una sepultura en tierra, sin losa ni letrero, y para sufragios por su alma.
Y Lucía, desgreñada, patética, hermosa, se arrojó a los pies de Artegui, y abrazó sus rodillas, y se arrastró en la alfombra. A duras penas la alzó el pesimista. Usted sabe dijo confuso que yo estimaba poco la vida... digo más, que la aborrecía desde que llegué a entender su vacuidad y cuán inútil carga es para el hombre... y ahora, muerta mi madre y sin tener a nadie que sintiera mi falta....
JULIA. ¡Dejemos en paz a Dios...! ¿Usted tiene empeño en ser feliz con un ciudadano al que ha aceptado a ojos cerrados...? Nada más sencillo, si usted acierta a conducirse bien. En primer lugar, ¿lo ama usted? DORA. ¡Oh! ¡Ya lo creo...! ¡Estoy segura de ello...! JULIA. El, por su parte, debe amarla. Sin duda, para casarse con usted, ha sacrificado algunos afectos que estimaba en mucho.
Volviose Carrascosa ya contento a su casa, porque amparado veía a su amigo, a quien en gran manera estimaba, y Cervantes dejole ir sin darle comisión alguna, como si hubiese perdido la memoria de haber conocido a Margarita.
También estimaba mucho a Meléndez Valdés y no poco a Inarco Celenio. Había venido a Vetusta de beneficiado a los cuarenta años; treinta y seis había asistido al coro de aquella iglesia y podía tenerse por tan vetustense como el primero. Muchos no sabían que era de otra provincia. Además de la poesía tenía dos pasiones mundanas: la mujer y la escopeta.
Y lo pensaba como lo decía. Todas las noches antes de dormir se daba un atracón de honra a la antigua, como él decía; honra habladora, así con la espada como con la discreta lengua. Quintanar manejaba el florete, la espada española, la daga. Esta afición le había venido de su pasión por el teatro. Cuando trabajaba como aficionado, había comprendido en los numerosos duelos que tuvo en escena la necesidad de la esgrima, y con tal calor lo tomó, y tal disposición natural tenía, que llegó a ser poco menos que un maestro. Por supuesto, no entraba en sus planes matar a nadie; era un espadachín lírico. Pero su mayor habilidad estaba en el manejo de la pistola; encendía un fósforo con una bala a veinticinco pasos, mataba un mosquito a treinta y se lucía con otros ejercicios por el estilo. Pero no era jactancioso. Estimaba en poco su destreza; casi nadie sabía de ella. Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan propia para redondillas y hasta sonetos.
Palabra del Dia
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