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Actualizado: 20 de junio de 2025


Y, sin embargo, es bien sencillo. Su corazón inocente y confiado le dijo que yo la amaba y la estimaba sinceramente. Casi todo el camino ha venido durmiendo en mis brazos como un niño. EL GRUESO ROMANO. Pero decid, señores romanos: ¿cómo podrá ahora cada uno de nosotros reconocer a la suya? Las hemos robado en las tinieblas, como a las gallinas de un corral. ¡Silencio! Nos oyen.

Los demás empezaron a estorbarse oyendo juntos aquellas murmuraciones. El Arcipreste clavaba los ojuelos negros y punzantes en el Magistral, confesor de Obdulia; parecía buscar su testimonio. El Provisor no estaba allí más que para hablar a solas con don Cayetano. Sufría sus impertinencias con calma. Le estimaba.

No quiero, sin embargo, hacer un trabajo erudito, sino una meditación filosófica. Los poetas satíricos, los novelistas, los autores de comedias de todos los pasados siglos, han dado muestras de que en la época en que vivían se estimaba más el dinero que en la presente. Aun los mismos refranes, antiquísimos vestigios de lo que se llama sabiduría popular, vienen en apoyo de lo que digo.

En varias conversaciones que tuve con el Padre Atanasio, ya muy viejo y que me estimaba y quería mucho, logré entender y rehacer en mi mente la historia toda de la imagen y de cuanto a ella se refiere. Y como es curioso y no redunda en perjuicio, sino más bien en honra de mi padre, voy a dejarlo consignado por escrito en el archivo de nuestra casa.

Entonces el Cabildo Catedral, que ya tenia conocimiento y estimaba los méritos de Guerrero, aprovechando su estancia en Sevilla le propuso darle una plaza de cantor, que aceptó, no volviendo á Jaén por continuar en su ciudad natal.

No tuve, dificultad en convencerle de que yo no tenia ninguna preocupación religiosa ni de raza, y que estimaba á la suya como una de las mas bellas, tenaces y enérgicas del mundo, y una de las que han contribuido mas, por el poder del trabajo y el sentimiento de la fraternidad, al progreso de la civilización.

La muerte que amedrantó más a los portugueses fue la de Gaspar Fernández. El elefante más gigantesco le cogió con la trompa, le tiró por el aire, y no bien cayó al suelo, le acabó de matar estrujándole el pecho y rompiéndole el cráneo con sus gruesas patas delanteras. Morsamor quiso vengar a aquel compañero de armas, que tal vez era el que más estimaba y quería.

La había conocido y tratado desde su primera humilde aparición en la gran ciudad de Lisboa, cuando ella no desdeñaba aún, sino que estimaba como el más delicado obsequio y regalo, que algún amigo generoso la llevase al Retiro de Camoens, taberna, casa de pasto o figón muy frecuentado y celebrado, a comer los excelentes petiscos que allí se hacían y a beber los deliciosos vinos de Colares y de Bucelas que allí se escanciaban.

Como vendieron la casita.... Yo les dije que no lo hicieran; pero fué preciso.... Estas palabras del antiguo servidor de mis padres fueron para como un rayo de luz. Todo lo comprendí. La situación de mis tías era, sin duda, por extremo precaria. Ahora me daba yo cuenta de la tristeza que informaba sus cartas; ahora estimaba yo en lo justo la magnitud de sus afanes y de sus sacrificios.

Mamá, por su parte, se había dejado enternecer por los testimonios de afecto de que la carta estaba sembrada, y estimaba que no se debía burlar la confianza de su cuñada. ¿Y Marta? Aquella noche, mientras yo velaba junto a su cama, sentí que su mano ardiente se posaba sobre la mía y su débil brazo me atraía suavemente hacia ella.

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