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Actualizado: 9 de julio de 2025
Pasaba una señora por entre las devotas, atrayendo la atención de éstas: una mujer alta, esbelta, de belleza ruidosa, vestida de colores claros y con un gran sombrero de plumas, bajo el cual brillaba con estallido de escándalo el oro luminoso de su cabellera. Gallardo la conoció. Era doña Sol, la sobrina del marqués de Moraima, «la Embajadora», como la llamaban en Sevilla.
Su deseo era morir; sabía que forzosamente iba á morir. Eran demasiados sus sufrimientos: en el mundo no quedaba espacio para él. Tuvo que pasar ante brechas abiertas en el muro por el estallido de los obuses. Ningún obstáculo impedía su visión por estas roturas. Vallas y arboledas se habían modificado ó borrado con el fuego de la artillería.
De pronto, una línea negra había cortado el mar: algo así como una espina con raspas de espuma, que avanzaba vertiginosamente, formando relieve sobre las aguas... Luego, un golpe en el casco del buque, que lo había hecho estremecer de la proa á la popa, sin que ni una plancha ni un tornillo escapasen á la enorme dislocación... Después, un estallido de volcán, un haz gigantesco de humo y llamas, una nube amarillenta, de un amarillo de droguería, en la que volaban obscuros objetos: fragmentos de metal y de madera; cuerpos humanos hechos pedazos.
Era América tal como la habían soñado: al fin iban a sentar el pie en el nuevo continente... Y el plátano grácil, coronado por el amplio surtidor de sus hojas barnizadas, extendíase por todo el paisaje, formando grupos en torno de las blancas construcciones de la playa, remontando los caminos en doble fila, tendiéndose sobre las mesetas en apretados bosques, festoneando las cumbres con la esbeltez de su tallo, que le hacía destacarse sobre el cielo lo mismo que el estallido de un cohete verde.
¡Oh, señora Percival! exclamé, dominado por un súbito estallido de pasión le aseguro... le confieso que siempre he amado a Mabel... que ahora la amo tierna, apasionadamente, con todo ese vehemente ardor que un hombre sólo siente una vez en su vida. Ella me ha juzgado mal. He sido yo el culpable, porque he estado ciego, he procedido neciamente y jamás he leído el secreto de su corazón.
Cuando se hacía momentáneamente el silencio en el comedor, oíase cómo se regocijaba fuera la plebe; el rasgueo de la guitarra, el estallido de los cohetes, el cacareo de las mujeres; y algunas veces el estruendo venía de abajo, de la cocina, donde sonaban el vozarrón de Nelet y las corridas medrosas de las criadas, con chillidos de protesta débil. También allí partían huevos.
De pronto, se abrieron los paños como rasgados de alto a bajo, y dejaron ver un instante el ámbito de la estancia que ocultaban. El santuario de Fortuna era una alcoba. Hacia el fondo sonó el estallido desigual de un beso doble, y enseguida, salió tranquilamente un hombrecillo insignificante, feúcho, pequeñuelo y vulgar, que con aire de triunfo venía estirándose los puños y acariciándose la barba.
Esto fué lo único que Caragòl pudo ver claramente, y rompió á aplaudir con una alegría infantil. Luego agitó en alto su sombrero de palma. «¡Viva el Santo Cristo del Grao!...» Otros proyectiles fueron cayendo en torno del Mare nostrum, salpicándolo con sus enormes surtidores de espuma. De pronto tembló de popa á proa: se estremecieron sus planchas con una vibración de estallido.
Un estallido de aplausos, acompañado de vibrantes aclamaciones, sonó en la cubierta superior. El curioso Maltrana corrió escalera arriba, y Fernando tras él. Una muchedumbre llenaba el jardín de invierno y el salón. Algunas banderas tricolores desplegábanse sobre las cabezas descubiertas.
Ganada la batalla con Ricardo y convenida definitivamente la partida para el campo, se dirigió a casa de Lorenzo a darle la buena noticia, y luego a la suya, a la que ansiaba llegar pronto para darla también, como lo hizo, en un verdadero estallido de su inconmensurable altruismo.
Palabra del Dia
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