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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Finalmente, salimos al camino que vosotros tendríais que seguir para llegar á Yuste, esto es, al que desde el pobre Quacos sube al Monasterio..... Ó, por mejor decir, nosotros ya estábamos casi en el Monasterio mismo.... Una enorme cruz de piedra y una alta cerca ó tapia de cenicientos peñones nos decía que allí principiaba la sagrada jurisdicción de Yuste.

Más sabio que nosotros y ya menos dichoso, Teobaldo era más grave, más reflexivo. Conocía el mundo; es decir, los pesares; nosotros no conocíamos más que nuestro mutuo afecto, la amistad y la dicha. »Una mañana, brillaba el bello sol de otoño, estábamos los tres en un extremo del parque, hablábamos familiarmente, y Carlos nunca habíase mostrado más gracioso y amable.

Si yo hubiera sido mujer rica, señora que frecuentase la misma sociedad que , te habría buscado de otro modo: en bailes, teatros y tertulias; pero estábamos tan lejos uno de otro, que por fuerza tenía que valerme de medios extraordinarios. Y, sobre todo, piensa una cosa: yo no te he dicho nunca, ni una sola vez, ¡buen cuidado he tenido!, que estuviese casada; te lo he dejado creer y nada más.

¿Dónde va usted, hombre de Dios? ¿Qué es eso? preguntó el armador asustado. ¡Ah, es cierto! ¡No me acordaba de que estábamos en el segundo paredón!... La obscuridad... Tanto tiempo aquí... El mareo de estar con la vista fija... en el barco... ¡Dios mío! ¿Qué hubiera sido de si usted no me sujeta? Pues nada, se hubiera usted deshecho los sesos contra las losas de abajo.

Anímese, amigo, mire que el negocio es soberbio; yo le respondo del éxito. El éxito, es cierto, se presentó muchas veces, franco, decidido; tan decidido, que los mismos que teníamos metidas las manos en la masa, estábamos asombrados, atónitos... ¡así ha sido el desengaño después!

Miró el viejo á todos lados, y convencido de que estábamos solos, dijo con sonrisa bonachona: Yo iba en él, ¿sabe usted? Esto no lo ignora nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo es porque estamos solos y usted no irá después á hacerme daño. ¡Qué demonio! Haber ido en El Socarrao no es ninguna deshonra.

Después de lo del Estrecho, me embarqué en la Fama para Montevideo, y ya hacía mucho tiempo que estábamos allí, cuando el jefe de la escuadra recibió orden de traer a España los caudales de Lima y Buenos Aires.

Dia 29. Llegó la partida, y con ella el teniente Macedo, quien dió la noticia habia llegado á los toldos de los indios enemigos, quienes habian hecho una precipitada fuga, luego que nos sintieron esa noche, por cuyo motivo se vió precisada nuestra indiada á pasar el rio de esta banda donde nosotros estabamos.

Entre otras cosas decía: Hija, no se me alcanza el gusto que puedan tener tu hermana y su marido en vivir en este laberinto de la corte. ¡Cuánto mejor estábamos en nuestro pueblo!

Unas semanas después, me dijo, un día en que habíamos hablado con singular confianza: Confiese usted que tuve razón al arriesgarme a los primeros pasos y que estábamos hechos para entendernos. ¿Por qué se separaba usted sistemáticamente de ? Es usted demasiado hermosa y no me atrevía a aproximarme.

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