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Actualizado: 28 de junio de 2025
Pero en breve se serena, aprieta a Gertrudis entre sus brazos y la arrastra consigo hacia la presa, donde se ocultan en la sombra más espesa. Cerca de ellos, al nivel de su cabeza, pasa Martín ciego de furor. El hacha que lleva brilla al débil resplandor de la espuma blanca. Se detiene al otro lado de la presa.
El mar libre, chocaba en la línea del horizonte contra la muralla del rompeolas, coronándola de una nube de espuma que corría de un lado á otro como el humear de una locomotora invisible.
Apuntábanse las filas de gemelos a lo largo de la borda, y en el redondel de sus oculares aparecía un amontonamiento de rocas flanqueado por otras sueltas en forma de islotes; pedruscos negros, rugosos, que recordaban la piel de los paquidermos, y en torno de los cuales levantaba la resaca enormes rociadas de espuma. El mar tranquilo alterábase al tropezar con este obstáculo inesperado.
La pobre niña mira la hirviente espuma que forman los jugos del gogo con la infantil complacencia de la que eleva blancas burbujas de jabón. En su sonrisa hay, sin embargo, un no sé qué difícil de explicar.
La reventazón rompía con tal furor en las rocas del fuerte de San Cristóbal, que salpicaba de copos de blanca espuma las hojas secas y amarillentas de las higueras, árbol del estío, que no se place sino a los rayos de un sol ardiente, y cuyas hojas, a pesar de su tosco exterior, no resisten al primer golpe frío que las hiere.
De allí, con innata audacia, pero siempre con característica reserva, corrió al medio de un grupo de marineros de tostadas mejillas, aquellos salvajes del océano, como los indios lo eran de la tierra, los que con sorpresa y admiración contemplaron á Perla como si una espuma del mar hubiese tomado la forma de una niñita, y estuviera dotada de un alma con esa fosforescencia de las olas que se vé brillar de noche bajo la proa del buque que va cortando las aguas.
La naturaleza le había dotado, no obstante, de un claro y simpático ingenio, de fácil palabra y de cierta dignidad de modales que suplía bastante bien a esa elegancia y distinción que el roce continuado con la espuma de la sociedad engendra. Entró en la sala tranquilo ya y aun con una vaga predisposición a la hostilidad que el estrambótico paso de aquella señora le infundía.
En tales momentos, se diría que nuevas voces, ya fuertes, ya suaves, se mezclaban con los gritos de la multitud abigarrada; gritos aislados flotaban a veces sobre el ruido general, semejantes a copos de espuma sobre las olas: risas nerviosas, histéricas, fragmentos de canciones, juramentos furiosos.
Vacas y mulas muertas, en compañía de buen lote de animales salvajes ahogados, fusilados o con una flecha plantada aún en el vientre. Altos conos de hormigas amontonadas sobre un raigón. Algún tigre, tal vez; camalotes y espuma a discreción, sin contar, claro está, las víboras. Candiyú esquivó, derivó, tropezó y volcó muchas veces más de las necesarias para llegar a la presa.
Mucho peor era durante el flujo: subía á la altura de sesenta pies, y su furiosa espuma, elevándose más todavía, se estrellaba impertérrita contra su ventana. Y no estaba el buen hombre seguro de que el mar se contentara con eso; su odio podía inducirle á jugarle alguna mala treta.
Palabra del Dia
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