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Viérasla aquí, entre chotos y novillos, Arar, sembrar, coger..... ¡siempre á la espalda El cuévano cargado de chiquillos!..... Ó, bailando en los campos de esmeralda, Los domingos y fiestas, la hallarías, Con las trenzas más largas que la falda, Recios los huesos, las miradas frías, Y rebosando del corpiño el pecho, Rica promesa de robustas crías.

Sois un pirata desalmado, replicó el barón volviéndole la espalda, á tiempo que dos marineros asían á Cabeza Negra y le echaban el dogal al cuello.

Un grato escalofrío hizo temblar su espalda: estremecimiento de frescura por el viento que levantaba el buque en su marcha y que corría sobre su piel, hinchando la tela del suelto kimono; estremecimiento de miedo al verse suspendida en el vacío y la noche, bastándole un leve movimiento de retroceso para caer en el mar. Ojeda la sostuvo, agarrando sus piernas.

Como á Robledo no le interesaba la maligna conversación de las dos señoras, y menos aún el talento poético de la dueña de la casa, aprovechó un momento en que ésta le volvía la espalda para saludar á sus admiradores, y pasó al gabinete donde había estado antes.

Las mujeres paren también sobre la ceniza: concluído el parto se bañan y vuelven á acostarse sobre ella y á cuidar de su hijo, el que cuando marchan lo llevan pendiente del cuello ó á la espalda, sostenido por un lienzo atado, ó por una corteza de árbol apoyada en la nuca. No se les conoce religión alguna. Comen puercos de monte, venados y raíces alimenticias; pero nunca lo verifica uno solo.

Pues que si lo ha robado, si no lo ha robado ... Cuando yo digo una cosa.... Si estuviera aquí mi Blas, se vería si hay un hombre pa otro hombre murmuró, volviendo la espalda, la promovedora de aquel alboroto. Vamos, señores, aquí no se ha robao naa dijo el majo con decisión. Aquí están ustedes de más. Largo el camino.

Los amigos del alemán, viéndolo sano y triunfador, se lo llevaban al fumadero con abrazos y palmadas en la espalda. Sonaron los taponazos del champán como prólogo de la descripción del combate. Algunos pasajeros volvían la espalda con indignación para no presenciar esta apología del homicidio.

Cuando se quedó sola en su tocador, se puso a despeinarse frente al espejo; suelto el cabello, cayó sobre la espalda. «Era verdad, ella se parecía a la Virgen: a la Virgen de la Silla... pero le faltaba el niño»; y cruzada de brazos se estuvo contemplando algunos segundos. A veces tenía miedo de volverse loca.

Salió un momento el sol, un sol pálido, que apareció en el cielo envuelto en un halo opalino. Nos contemplamos los tres. El aspecto que teníamos era horrible; trascendíamos al presidio: en nuestra espalda podían leerse aún los números del pontón. Cuando les hice observar esto, Ugarte y Allen se sacaron la chaqueta y con la punta de la lima quitaron los infamantes números. Yo hice lo mismo.

No , me parece que todos van a recibirme como misia Petronila... Claro, apenas comprenden de lo que se trata, se encapotan y sacan el cuerpo con mucha urbanidad... Esto de hacer la pedigüeña no es para , ¡no es! y es preciso, sin embargo: cuando la necesidad habla, el amor propio se echa a la espalda.