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Actualizado: 26 de julio de 2025


Después que lo hizo se asustó terriblemente y escrutó con anhelo si Clementina lo había sentido. La dama continuó impasible, extática, escuchando la música. Sin embargo, por sus claros y hermosos ojos resbalaba una leve sonrisa que el joven no pudo advertir.

Allí estuvo más de una hora mudo, sin aliento, escuchando por la entornada puerta los ruidos de la casa, sin atreverse a bajar para adquirir noticias y sufriendo las torturas de la desesperación y de la incertidumbre. Oyó al fin ruido de pasos que subían la escalera y se acercaban luego a su cuarto, a cuya puerta llamó José. ¿Cómo está Magdalena? preguntó Amaury con anheloso acento.

Ya no existía el lazarone descalzo y con gorro rojo, pero la muchedumbre vestida como los trabajadores de todos los puertos se aglomeraba aún en torno del cartelón pintarrajeado que representaba un crimen, un milagro ó un específico prodigioso, escuchando en silencio el relato del narrador ó el charlatán.

Mas si acaso, amado amigo, Prosigues esta contienda, Lleva este abrazo por prenda De que me llevas contigo. Lira, el cielo te acompañe: Vete, que á Leoncio veo. Y á ti te cumpla el deseo, Y en ninguna parte dañe. LEONCIO ha de estar escuchando todo lo que ha pasado entre su amigo MORANDRO y LIRA.

En efecto, poco sensible a las bellezas de la naturaleza, la indolente criolla, que no hubiera dado dos pasos para admirar el más maravilloso paisaje, no retrocedía ante media legua para ir a ahogarse en una sala de concierto escuchando a algún cantante parisiense mientras protestaba llena de convicción: Es por ti, hija mía, exclusivamente por ti.

Al día siguiente, al subir el Capellanet a la torre para llevar la comida a don Jaime, éste le hacía preguntas sobre lo ocurrido en la noche anterior. Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a la ceremonia.

Don Quijote, que estaba escuchando atentamente lo que Claudia había dicho y lo que Roque Guinart respondió, dijo: -No tiene nadie para qué tomar trabajo en defender a esta señora, que lo tomo yo a mi cargo: denme mi caballo y mis armas, y espérenme aquí, que yo iré a buscar a ese caballero, y, muerto o vivo, le haré cumplir la palabra prometida a tanta belleza.

Permaneció largo rato de pie observando y escuchando. Había entonces realmente algo en el camino, que se adelantaba hacia él, pero no pudo distinguir nada. La calma y la sábana inmensa de nieve y sin huellas parecían estrechar su soledad y su deseo inquieto rozaba en la desesperación. Entró de nuevo y tornó el pestillo de la puerta con la mano derecha para cerrar.

No todos los días conseguía Ulises el placer de esta conversación que se desarrollaba invariablemente desde la vía Partenope al monumento de Virgilio. Las más de las mañanas aguardaba en vano frente á los puestos de los ostricarios, escuchando á los músicos que saludaban con sus romanzas y sus mandolinas las ventanas cerradas de los hoteles. Freya no aparecía.

Por otra parte, yo, que en realidad me llamaba Ana Pereira, me llamé doña Ana de Acuña, como ahora. ¿Y cómo pudo ser eso? dijo admirado el duque de Lerma. No lo , porque don Hugo no me lo dijo por escrito ni pudo decírmelo de presente. ¡Cómo! ¡Don Hugo y yo no nos volvimos á ver! ¡Y sois su viuda! Seguid escuchando.

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