Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 6 de junio de 2025
Las manos de la duquesa, enrojecidas por un frío muy vivo, se escondían bajo su chal. Al andar, arrastraba los pies, no por indolencia, sino por el miedo de perder los zapatos. Por un contraste que hemos podido observar más de una vez, la miseria no había afeado a la duquesa, que no estaba pálida ni delgada.
Llamó, presentándose una doncella. A la señorita Beatriz, que venga. Aproximóse la baronesa a su tocador, humedeció su frente y mejillas, por la emoción enrojecidas, y volvió a sentarse, con una falsa sonrisa en los labios, cuando Beatriz entró. Señora...
Aquello parecía el fin del mundo: legiones enteras de romanos despeñándose por las laderas de los montes; masas de huestes africanas hinchiendo los desfiladeros de Covadonga y ahogándose en la propia sangre que corría por el fondo tenebroso de todas las barrancas; después, huyendo despavorida de la persecución de los fieros montañeses, otra masa, la de los sobrevivientes mahometanos, trepando Picos arriba entre los aullidos de la tempestad, para ir a despeñarse a la vertiente opuesta y bajar convertida en rimeros de cadáveres con las enrojecidas aguas del Deva, hasta desaparecer entre el fiero oleaje del embravecido mar Cantábrico, que también ayudaba a los cristianos contra los moros.
Entonces, en medio del azorado mutismo, Beatriz se adelantó sin vacilar. Una dueña la tironeaba el faldellín; pero la hija de don Alonso, mirando aquellas manos tan tempranamente enrojecidas por el coraje, desprendió un favor azul que adornaba sus rizos, y, llegándose a Ramiro, se lo anudó ella misma en las agujetas del jubón con sus temblorosas manitas, blancas como la luna.
Tus mejillas enrojecidas te denunciarán... Gracias a Dios, las trompetas han callado al fin. Ahora mi Enrique estará ya sobre su caballo... Debe de estar entrando ya en el castillo. A la puerta le recibirá mi padre... ¡Pobre padre! ELSA. ¿Qué es eso? ¿Todavía?
Estaba construida con botes viejos de conservas, que reemplazaban a los ladrillos; el techo era de latas de petróleo enrojecidas y oxidadas por la lluvia. Unos tablones carcomidos empotrados en la pared exterior servían de bancos. El «Ventorro de las Latas» era el punto de reunión de los dañadores antes de emprender la marcha. Comenzó a cerrar la noche.
En el vivo interés que este diálogo tenía para las dos mujeres, a veces los cuatro vigorosos brazos metidos en el agua se detenían, y las manos enrojecidas dejaban en paz por un momento el envoltorio de ropa anegada, que chillaba con los hervores del jabón.
Ella bailaba en medio del corro frente a Luis, con las mejillas enrojecidas y un brillo extraordinario en los ojos. Nunca la habían visto bailar tan arrebatadamente y con tanta gracia. Sus brazos desnudos, de una palidez de perla, elevábanse en torno de la cabeza, como asas de nácar de voluptuosa redondez.
Las caras tenían un tinte verdoso o sanguinolento; las narices estaban enrojecidas en su vértice.
Este, con las mejillas enrojecidas y la nariz más encorvada que nunca, arañó los brazos de su sillón, mientras el buen Flimnap, avergonzado por el incidente, balbucía sus explicaciones. Le pregunto, gentleman, si después de haber escuchado lo que dije sobre los diversos períodos de nuestra literatura no cree usted que el poeta Momaren resulta el más eminente de todos en el género sentimental.
Palabra del Dia
Otros Mirando