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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Y esta mujer, amigo, le penetraba a uno... amigo, le enloquecía... verdaderamente le condenaba el alma con su maldita fascinación. Un día le dije: Celeste, ¿cómo demonio se te hizo esa maldita cicatriz? A lo que me contestó: Roberto, a ningún blanco más que a usted lo contaría; esta cicatriz me la hice yo con toda intención, me la hice yo misma, a fe.
Las Tres Rosas estaba patas arriba, según murmuraba el asombrado Juanito. La fortuna del amo los enloquecía a todos.
Iba siempre acompañado de Nicolás, y como además no se apartaban de la recogida las dos monjas, no había medio de expresarse con confianza. El primer jueves encontró a Fortunata muy contenta; el segundo, estaba pálida y algo triste. Como apenas se sonreía, faltábale aquel rasgo hechicero de la contracción de los labios, que enloquecía a su amante.
El bufón se detuvo fatigado. Dorotea temblaba. Oye... oye aún... continuó el bufón . Durante los primeros años de tu vida, te amé como á mí propio... más que como á mí propio... yo lo empleaba todo en ti... el oro que había robado... mi soldada... tú eras una pequeña dama... estabas mejor vestida, tenías más juguetes y más ricos que las hijas de gente noble y poderosa que se criaban en el convento... yo enloquecía por ti... porque tú eras para mí más que mi amor: eras el recuerdo de un horrible crimen... yo veía sobre tu pura y hermosa frente de ángel una mancha roja...
La satisfacción por el pleno disfrute de su amor, podía en ella más que el miedo a las desdichas que su debilidad le acarrease. Don Juan pasaba noches felicísimas, gozando con los sentidos, porque la belleza de Cristeta le enloquecía; y con el entendimiento, porque de la boca de aquella mujer incomparable no salían sino frases de sinceridad y sumisión.
Yo me enloquecía, y resolví hacer pagar al inglés maldito los remordimientos que me despedazaban. Pasé á la Guadalupe, cambié mi nombre y consagré la mayor parte del precio de mi delito á la compra de un brick armado, y corrí sobre los ingleses. He lavado durante quince años en su sangre y con la mía la mancha que en una hora de debilidad había arrojado sobre el pabellón de mi patria.
Estaba segurísimo de ello; y si no, ¿cómo era que todas las primaveras las había pasado sin percibir siquiera aquel perfume de azahar que exhalaban los paseos y ahora le enloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su pensamiento en la vaguedad de un oleaje de perfumes? No era menos cierto que hasta entonces había estado sordo.
Las señoras, amenazando con no comprar en los establecimientos cuyos dueños votasen al candidato liberal; el dinero, entrando en los barrios populares como un veneno que enloquecía á la gente y la hacía terminar sus disputas á palos y tiros; las damas ricas, deslizándose en los tugurios de los miserables, arrogantes como amazonas, con el bolso abierto y el paquete de papeletas electorales.
Caía de los balcones una lluvia de pétalos de rosa, volaba el talco como nube de vidrio molido, estallaban luces de colores en todas las esquinas, y entre el perfume del incienso, el agudo reclamo de las cornetas, la grave lamentación de la música, la melancólica salmodia de los sacerdotes y el infantil balbuceo de las campanillas de plata, avanzaba el palio abrumado por la lluvia de flores, iluminado por el resplandor de incendio de las bengalas; y el sol de oro, mostrándose en medio de tal aparato, enloquecía a la muchedumbre levantina, pronta siempre a entusiasmarse por todo lo que deslumbra, e inconscientemente, lanzando un rugido de asombro, empujábanse unos a otros, como si quisieran coger con sus manos el áureo y sagrado astro, y los soldados que guardaban el palio tenían que empujar rudamente con sus culatas para conservar libre el paso.
Quilito se debatía, diciendo que, puesto que había deshonrado las canas de su padre, debía sufrir el condigno castigo; que él no se atrevería ya a afrontar su mirada, y que la idea que Susana, su adorada Susana, conociera su delito, le enloquecía... No, yo no podré resistir esto, no podré, no podré.
Palabra del Dia
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