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Actualizado: 26 de julio de 2025
JOAQUÍN. ¡Ah, los encajes...! ¡Qué poemas de paciencia y de reflexión...! Se piensa en las mujeres que gastaron años enteros en producir estas maravillas, ornato de la belleza de usted... ¡Le sienta estupendamente...! IN
Lucía está en el cuarto de Ana, vistiendo ella misma a Sol. Ella, se vestirá luego. ¡A Sol, primero! Mírala, Ana, mírala. Yo me muero de celos. ¿Ves? el brazo en encajes. Tomo; ¡te lo beso! ¡Qué bueno es querer! Dime, Ana, aquí está el brazo, y aquí está la pulsera de perlas: ¿cuáles son las perlas? Y ¿de qué iba vestida Sol?
«Sí, esta es la tercera o cuarta cama en que duermo... De chiquita... no hago memoria... ¡Ah, sí! Mi madre era rubia, muy guapa: siempre estaba trabajando con almohadillas, encajes y alfileres...; el pelo como el oro, la voz dulce...; debió de ser muy desgraciada. ¡Por qué no habrá vivido mi madre! Luego he dormido en casa de los tíos. ¡Pobrecillos, nunca les abandonaré!
De sol a sol vivía entre oleadas de batista con espuma de encajes riquísimos, cortando y probando, puntada aquí, tijeretazo allá, gobernando su hato de cosedoras con tanta inteligencia como autoridad. Por las noches, cuando llegaba a su casa, rendida, su madre gustaba de que estuvieran presentes doña Lupe, Fortunata o las demás amigas, para dar rienda suelta a su vanidad.
Las alhajas, vestidos de señora, encajes y mantones de Manila que pasaban a ser suyos, tras largo cautiverio, vendíalos por conducto de una corredora llamada Mauricia la Dura. Esta iba a la casa con frecuencia en otros tiempos; pero ya apenas corría, y doña Lupe la echaba muy de menos, porque aunque era muy alborotada y disoluta, cumplía siempre bien.
Gigantesca siempre, variada al principio, encantaba donde quiera, presentando las mas hermosas vistas sobre los altos peñascos de la orilla, ó en los pabellones de lujosa verdura que venian á extender sus flotantes encajes de parásitas y enredaderas sobre la playa misma, á donde sale á calentarse, en lechos de arena calcinada, el temible y monstruoso caiman, terror de los habitadores de las ondas.
Pero también es cierto, ciertísimo agregué atemorizado que él está en el fondo de la casa, mirándonos a través de las paredes con sus ojos de ahorcado o de basilisco. Huyamos, entonces me propuso Nanela, echándose apresuradamente una mantilla de encajes sobre el cuervo de sus cabellos. Huyamos.
Había en aquel sencillo hábito, en aquella toquilla, en aquel escapulario azul, en aquella cruz de oro que pendía de vuestro cuello, una cosa que decía: «Ved que con lana y lino puede parecer una mujer mejor ataviada que otra con ropas, encajes y brocados.» Era, además, vuestra mirada ardiente, grave, fija; vuestra palabra, sonora; vuestro discurso, apasionado. Yo me enamoré de vos.
Las señoras, que en los días anteriores iban por el buque con gruesos paletós hombrunos y envueltas en velos como odaliscas, mostraban ahora la rosada pulpa de su carne a través de los encajes de las blusas. Empieza para nosotros el verano dijo Maltrana , y con el verano las ilusiones.
Suspendieron en sus cabezas sobre solidísimas peinetas la mantilla negra de pesados encajes, y Paz abrió una pequeña caja de cartón en figura de ataúd, que aun conservaba el perfume fiambre de las guanterías de 1790, y de esta caja sacó un abanico de doscientas varillas que, al desplegarse como la cola de un pavo real, hacía más ruido que una perdigonada.
Palabra del Dia
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