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Actualizado: 29 de junio de 2025
Si lo decís por la Camacha, ya ella pagó su pecado, y está donde Dios se sabe; si lo decís por mí, chacorrero, ni yo soy ni he sido hechicera en mi vida; y si he tenido fama de haberlo sido, merced a los testigos falsos, y a la ley del encaje, y al juez arrojadizo y mal informado, ya sabe todo di mundo la vida que hago, en penitencia, no de los hechizos que no hice, sino de otros muchos pecados, otros que, como pecadora, he cometido.
Admiraba á aquel primo aventurero desde mucho antes de conocerlo. Una tarde, contó el marinero á las dos mujeres cómo se había salvado en la costa de Portugal. La madre le escuchó volviendo la vista, temblándole las manos al mover los bolillos de su encaje. De pronto sonó un alarido. Era Cinta, que no podía escuchar más.
Ella se ruborizó levemente, un ligero estremecimiento agitó sus hombros como si de súbito sintiera frío e interrumpiéndose en medio de una frase insignificante, se acercó a la butaca que antes ocupaba y con la mayor naturalidad del mundo tomó una manteleta de encaje y se cubrió con ella.
Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenía tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero: -Señor barbero, o quien sois, sabed que yo también soy de vuestro oficio, y tengo más ha de veinte años carta de examen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo, y qué es morrión, y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los géneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que está aquí delante y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.
Este traje, que era lo más lujoso y bello que la huérfana poseía, tenía la forma y los colores más en moda en aquella época: cuerpo de terciopelo negro con prolijos dibujos de pasamanería, y guardapiés de seda pajizo, adornado con una gran franja, como de á tercia, de encaje negro.
De pronto Artegui, al volver una esquina, se metió en una tienda no muy ancha, cuyo escaparate ocupaban casi por entero dos luengos peinadores salpicados de cascadas de encaje y lazos de cinta azul el uno, rosa el otro. Dentro, era una exhibición de cuantos objetos componen el tocado íntimo del niño y la mujer.
A papá tenemos que ponérselas sin ninguna clase de encaje, porque el tacto del almidón le crispa los nervios y el ruido que produce le despierta. Es una manía.
Pura, que era renombrada por su estranjerismo en el vestir, aquel día llevaba un vestido de raso negro de mangas cortas muy ceñido y muy largo con volantes de ancho encaje azul, un collar de perlitas, medias de seda negra, zapatos de raso claro con la punta algo encorvada, y el pelo, recogido a la vierge, salpicado entre los rizos de alfileritos con cabeza de brillante.
El sol penetraba por entre los mil intersticios de aquel encaje prodigioso, y nuestra viajera se vió vestida de hilos de cristal más tenues que los que tienden las arañas de rama en rama, y cubierta de diamantes, esmeraldas y rubíes que variaban de luces á cada movimiento, y tan menudos, que los granos de arena parecerían montañas á su lado.
El Hudson tiene un aspecto especial; sin el encanto poderoso de los grandes ríos americanos de orillas desiertas, sin la belleza melancólica que la historia da al Rhin, cómo cubriéndolo de un encaje de recuerdos, los panoramas del Hudson, en la estación estival, tienen una gracia fresca y suave que serena la mirada.
Palabra del Dia
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