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-A eso yo responderé con brevedad -respondió el cura-, porque sabrá vuestra merced, señor don Quijote, que yo y maese Nicolás, nuestro amigo y nuestro barbero, íbamos a Sevilla a cobrar cierto dinero que un pariente mío que ha muchos años que pasó a Indias me había enviado, y no tan pocos que no pasan de sesenta mil pesos ensayados, que es otro que tal; y, pasando ayer por estos lugares, nos salieron al encuentro cuatro salteadores y nos quitaron hasta las barbas; y de modo nos las quitaron, que le convino al barbero ponérselas postizas; y aun a este mancebo que aquí va -señalando a Cardenio- le pusieron como de nuevo.

Niéguese usted a hacer el papel de la pieza nueva... ese de la estatua. ¿A que no le tuercen a usted la voluntad? Si es usted franca al decir que le disgustan las mallas, saldrá usted ganando no tener que ponérselas.

Y en nuestros días, los krausistas, que ven a Dios, según aseguran, con vista real, tienen que leerse y aprenderse antes muy bien toda la Analítica de Sanz del Río, lo cual es más dificultoso y prueba más paciencia y sufrimiento que abrirse las carnes a azotes y ponérselas como una breva madura.

Vaya por el Magistral y el secreto de la confesión; ¡pero tocar a la Regenta! Era un imprudente aquel sietemesino, sin duda». Señores, yo no digo que la Regenta tome varas, sino que Álvaro quiere ponérselas; lo cual es muy distinto. Todos negaron la probabilidad del aserto. Hombre... la Regenta... ¡es algo mucho! El pollo se encogió de hombros. «Estaba seguro.

Por eso prosiguió lentamente el jesuita quería esa pobre niña ofrecer el sacrificio de misma, para asegurar la salvación de los demás, para expiar culpas ajenas por las cuales se aflige, como se afligen los ángeles del cielo: llorándolas, pero sin ponérselas a nadie en cuenta... Y note usted lo que digo, señora condesa: sin ponérselas a nadie en cuenta.

Hicieron traer aceite de Aparicio, y la misma Altisidora, con sus blanquísimas manos, le puso unas vendas por todo lo herido; y, al ponérselas, con voz baja le dijo: -Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro.

No seas tonta. Lo que ganas en dos meses te lo doy yo en un minuto. Por hablar nadie se pierde. Sigún... y yo no quiero líos. Don Juan sacó del bolsillo del chaleco cuatro monedas de a veinte reales y quiso ponérselas en la mano. ¿Va usted a comprar la barandilla del Prao? Toma, mujer.

A papá tenemos que ponérselas sin ninguna clase de encaje, porque el tacto del almidón le crispa los nervios y el ruido que produce le despierta. Es una manía.