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Actualizado: 12 de junio de 2025
El Hudson tiene un aspecto especial; sin el encanto poderoso de los grandes ríos americanos de orillas desiertas, sin la belleza melancólica que la historia da al Rhin, cómo cubriéndolo de un encaje de recuerdos, los panoramas del Hudson, en la estación estival, tienen una gracia fresca y suave que serena la mirada.
El venía a Nueva York dos o tres días cada semana para despachar sus negocios que, por haber muy entendidos dependientes en su escritorio, no requerían de continuo su presencia. De aquí que la mayor parte del tiempo se le pasase en una quinta que había hecho construir a las orillas del Hudson, imitando en lo posible la traza y arquitectura del castillo de Liebestein.
Quedé sólo un día en el Niágara. A la noche tomé el ferrocarril y amanecí en Albany, de donde descendí el Hudson hasta medio camino de Nueva York, haciendo el resto de la ruta en un drawingcar, en el delicioso ferrocarril que corro sobre las aguas mismas del río.
Es como si un español escribiese un libro sobre los Estados Unidos, y sin acordarse de Washington, de Franklin, de Lincoln, de Grant, de Emerson, de Poe, de Edison, de Chaning, de Whittier y de otros muchos ilustres personajes; de sus nobles y hermosas mujeres, de sus grandes ciudades, de sus monumentos, de su riqueza, de su prosperidad, de las bellezas naturales de su territorio, de la anchura del Hudson y del Misisipí, y del salto del Niágara, recordase sólo la abundancia de cerdos que se crían y se matan en Chicago y titulase su libro El país del cerdo.
A pesar de los grandes progresos que ha hecho la geografia, ¿cual es el hombre, versado en estos estúdios, que deje de explorar las relaciones de los primeros viageros, para comparar, y rectificar á veces las especies de los que marcharon despues en sus huellas, con mas instruccion y auxilios? ¿Cuanta luz arroja aun sobre el Asia su primer historiador Herodoto, y su mas antiguo viagero Marco Polo? ¿Y que otra cosa son los geógrafos menores que recogiò è ilustró con tanto afán Hudson, sino nuestros Cardiel, Hernandez, Pavon, y Amigorena?
La catarata. Al pie de la cascada. La profanación del Niágara. El Niágara y el Tequendama. Regreso. El Hudson. Conclusión. No me era posible pensar en excursiones; el tiempo me faltaba. Pero hay una que se impone moralmente a todo el que pisa el suelo de los Estados Unidos; la visita al Niágara.
Cuántas veces en los días festivos, solíamos atravesar el río Hudson e internarnos en las hermosas arboledas de las Palisades o recorríamos las avenidas del Parque Central, y allí transcurrían insensiblemente las horas, bajo la influencia de su palabra sana y amena que hacía olvidar el bullicio de la metrópoli.
En fin, estaba a una noche de distancia y tenía aún por delante cinco o seis días; me puse en camino. Resolví irme por la línea del Erye que va a Búffalo y a Niágara Fall's, correr las fronteras del Canadá hasta Albany, y luego de allí descender a Nueva York por el Hudson.
Los compañeros de Hudson le abandonan en medio del mar en un barquichuelo sin víveres ni velamen, y no se sabe lo que fué de el. Behring, al descubrir el estrecho que separa la América del Asia, perece de cansancio, de frío, de miseria, en una isla desierta.
Palabra del Dia
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