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Actualizado: 18 de junio de 2025
Voy sospechando, mon garçon, que los obispos saben más que los abades, ó por lo menos dejan muy atrás á tu abad de Belmonte, porque yo mismo he visto con estos ojos al obispo de Lincoln agarrar con ambas manos un hacha de dos filos y atizarle á un soldado escocés tamaño hachazo que le partió la cabeza en dos, desde la coronilla hasta la barba.
Es como si un español escribiese un libro sobre los Estados Unidos, y sin acordarse de Washington, de Franklin, de Lincoln, de Grant, de Emerson, de Poe, de Edison, de Chaning, de Whittier y de otros muchos ilustres personajes; de sus nobles y hermosas mujeres, de sus grandes ciudades, de sus monumentos, de su riqueza, de su prosperidad, de las bellezas naturales de su territorio, de la anchura del Hudson y del Misisipí, y del salto del Niágara, recordase sólo la abundancia de cerdos que se crían y se matan en Chicago y titulase su libro El país del cerdo.
A la verdad, ni ahora ni nunca habrá un solo español que rebaje la gloria de Lincoln; todos ensalzaremos esa gloria, pero alguna, aunque sea menor, nos toca colectivamente, porque dimos de buena voluntad y no por fuerza libertad á los esclavos negros de Cuba; y alguna gloria también, anterior y á mi ver más clara y con algo de divino, nos toca por haber sido de nuestra raza santos varonescomo Alonso de Sandoval y Pedro Claver, que hicieron por los negros, en un siglo en que aún se ignoraba hasta el nombre de filantropía, movidos de caridad cristiana, obras maravillosas por amor de Dios y de los negros de Africa.
Oí también una vez al célebre trágico Edwin Booth, de la familia del asesino de Lincoln; más tarde tuve ocasión de seguir sus interpretaciones de Shakespeare en Berlín, donde trabajaba con una compañía que le daba la réplica en alemán.
Palabra del Dia
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