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Fue como un rayo de luz que iluminó la situación e hizo más inteligible para Delaberge la extraña conducta del joven Princetot... El pobre muchacho amaba a la señora Liénard. Con la viva intuición de los enamorados, adivinó los propósitos matrimoniales de un recién llegado que le parecía sospechoso y el demonio de los celos mordió en su corazón.

Nadie ha podido hacer que esos ojos le miren enamorados. ¡Como no seáis vos!... ¡Yo! ¿Y qué tendría eso de extraño? Os aseguro que... Lo creo; doña Clara es dura como una roca. Pero yo no pienso... ¡Vos!... ¡bah!... Vos sois capaz de saltar por esa dama por cima de la torre de Santa Cruz; y si yo fuera otro, lo sería también... y sois vos solo... ¡Cómo! El primero que salta por doña Clara es...

No podía darse mayor conformidad de pensamientos entre Luz y su amigo, ni realidad más parecida a la hermosa ilusión forjada en dos cerebros juveniles. ¿A qué pedir más por entonces? Lo peor era que las gentes se regían allí, en el salón del baile, por leyes muy distintas de las del mundo ideal de los dos enamorados; y era ya preciso que ella volviera a sentarse y que se separaran, después.

La base de su humorismo era aquella forma del pensamiento que los retóricos llaman ironía, y que consiste en expresar lo contrario de lo que se siente. Al mismo tiempo sabía dar cierta inflexión solemne a sus palabras y mantener su rostro en equilibrio para que la frase obtuviera el éxito apetecido. Gozaba en mofarse de todo el mundo, y principalmente de los pollastres enamorados.

Y al mismo tiempo versos improvisaba, de los cuales el sujeto era ¿ni cómo podía ser otro? aquella adorada hermosa; y tal vez por un enternecimiento de amor expresado en un concepto poético que en su imaginación nacía y moría, asomaba una lágrima a sus ojos, que de bravos se tornaban en enamorados.

No hay otra persona más amable que miss Percival; pero, en fin, tengo el mérito de reconocerlo; acá, para entre nosotros, te diré que me hace representar un papel ingrato y ridículo, un papel que no es para mi edad. Cuento la edad de los enamorados, mas no la de los confidentes. ¿De los confidentes? , querido mío, de los confidentes; ¡tal es mi empleo en esta casa!

Pero Clara es la amada de Lisardo, y éste la ve adornada con la misma banda que observó antes en manos de Don Félix: al punto se despiertan sus celos, moteja de infiel á su dama y corre en busca de Don Félix para decirle que ambos están enamorados de una misma persona.

Quien de lejos divisara aquella pareja, mancebo galán y lozana doncellita, departiendo solos en la vega frondosa, tomáralos, a buen seguro, por enamorados novios; y no creyera que hablaban de dolor y muerte, sino de amor, que es la vida misma.

Ana, que no había podido terminar la lectura de la carta, que había caído sobre la almohada como muerta en cuanto vio en aquellos renglones fangosos la confirmación terminante de sus sospechas, no pudo por entonces pensar en la pequeñez de aquel espíritu miserable que albergaba el cuerpo gallardo que ella había creído amar de veras, del que sus sentidos habían estado realmente enamorados a su modo.

Pero al convencerse de que el senador sólo deseaba cambiar su vestidura, sin hablar para nada de hacerle perder la existencia, casi sintió gratitud hacia él. Le importaba poco que Gurdilo le hubiera llamado pedante y le aludiese con otras frases despectivas, sin hacerle el honor de citar su nombre. Los enamorados son capaces de los más grandes sacrificios á cambio de que la persona amada no sufra.