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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Sin saber lo que se hacía, con esa ciega confianza que los niños tienen en sí mismos, empujó la puerta y penetró en la estancia. Acercose silenciosamente a la señora, y echándose repentinamente sobre su regazo, le dijo, clavando en ella una mirada de tímido afecto: Dame un beso, madrina. La dama se estremeció.
Agárrate a mí, que yo veo en lo negro como las lechuzas». Atravesaron un antro. Encarnación empujó una puerta. Halláronse en extraño local de techo tan bajo que sin dificultad cualquier persona de mediana estatura lo tocaba con la mano.
Tapón se echó a llorar acongojado, empujó por la izquierda el libro de texto, alejó de sí por la derecha la caja de compases, y apoyando la cabeza en ambas manos, quedóse absorto, a través de sus lágrimas, en la contemplación del tintero de peltre que tenía delante.
Empujó violentamente las dos hojas de la ventana, y arrodillándose de repente junto a ella, sacó afuera, como a que el aire se la humedeciese, la cabeza; y la tuvo apoyada algún tiempo sobre el marco, sin que le molestase aquella almohada de madera. ¡No puede ser! ¡no puede ser! dijo levantándose de pronto : Juan va a quererla. Lo conozco cada vez que la mira.
De pronto se trocó su espanto en ira, y lanzó a la faz de su amigo estas frases: ¡Y pensar que yo no había nacido para eso!, ¡que estoy en ello porque a ello me han arrastrado contra mi voluntad, y que la única persona que me pide cuentas de mi caída sea la que más fuerte me empujó para caer! ¿Eso es un cargo para mí?
Los alguaciles, los tenientes y otros religiosos le mostraron todos a un tiempo la pila de leña preparada para el suplicio. Ella volvió a menear del mismo modo la cabeza. Entonces, el dominico, asiéndola de los hombros, la empujó hacia el verdugo.
Y será peor si no os confiáis completamente á mí. Pero don Francisco... ¡Se conspira! ¿Que se conspira? Y vuestro sobrino es uno de los primeros conspiradores. Mi sobrino... ¡Escondéos! ¡Cómo! Quevedo empujó á Montiño detrás de la puerta. Había oído en las escaleras unos pasos de mujer y el crujir de una falta de seda; poco después la condesa de Lemos atravesó la portería.
Los tres hombres detuvieron las mulas, y mientras quedaba Capistun con ellas, Martín y Bautista se echaron uno a un lado y el otro al otro, para ver si encontraban cerca algún refugio, cabaña o choza de pastor. Zalacaín vió a pocos pasos una casucha de carabineros cerrada. ¡Eup! ¡Eup! gritó. No contestó nadie. Martín empujó la puerta, sujeta con un clavo, y entró dentro del chozo.
No otra cosa le empujó a ello que el parecido, que ahora advertía claramente, entre éste y la niña recogida. Por lo demás, o porque su excesivo orgullo le vendase los ojos, o porque Amalia había sabido tenerle engañado, jamás advirtió entre ellos más que una fría y ceremoniosa amistad que nada tenía de ofensiva.
Y dicho y hecho, empujó la puerta de la casa. En apretada haz penetramos todos en una larga sala iluminada únicamente por el rescoldo de un fuego que se extinguía en un rincón de la chimenea. La luz vacilante que aquel rescoldo despedía daba relieve al grotesco dibujo de las paredes extrañamente pintadas. Distinguíase una persona sentada en gran sillón de brazos junto al hogar.
Palabra del Dia
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