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Actualizado: 25 de julio de 2025
Germana fue trasladada sin accidente, aprovechando un día de sol. Allí es a donde don Diego iba a hacerle la corte; la vieja condesa iba con tanta frecuencia como él y permanecía más tiempo. No tardó mucho en conocer a la señora de La Tour de Embleuse y el hielo quedó roto.
Al día siguiente, las dos mujeres, escoltadas por un mozo de cuerda, se hicieron conducir al sur de la isla. Allí, en las inmediaciones de la villa Dandolo, encontraron una linda casita para vender o alquilar, con su verja y todo. Era la misma que la señora de Villanera había elegido para el señor de La Tour de Embleuse, en el caso en que éste se decidiese a pasar el verano en Corfú.
Había recibido de sus antepasados una de esas bellezas rebeldes que lo resisten todo, incluso el hambre. Se ha visto a presos que engordaban en su calabozo hasta la hora de la muerte. A la edad de cuarenta y siete años, la señora de la Tour de Embleuse conservaba aún, hermosos rasgos de su juventud. Aun tenía el cabello negro y treinta y dos piezas en la boca capaces de triturar el pan más duro.
En el primer caso, la señora Chermidy lo perdía todo, incluso su hijo. ¿Con qué derecho iría a reclamar el hijo legítimo de don Diego y de la señorita de La Tour de Embleuse? Por otra parte, si el conde debía morir después de su mujer, ella no se casaría con él. Se sentía demasiado joven y era demasiado hermosa para representar el papel de la segunda esposa del sastre.
El duque César de La Tour de Embleuse, hijo de uno de los emigrantes más fieles al rey y de los más encarnizados contra el pueblo, fue magníficamente recompensado por los servicios de su padre. En 1827, Carlos X le nombró gobernador general de las posesiones francesas del Africa occidental. Tenía apenas cuarenta años.
Me dio usted un disgusto el otro día. ¿Es así como debía acogerme después de una larga ausencia? No hablemos más de eso, ¿le parece a usted? Hoy no vengo como amigo, sino como embajador. ¿No le veré a él, pues? No; pero, si tiene usted curiosidad por ver a alguien, puedo enseñarle al duque de La Tour de Embleuse. ¿Está aquí? Sí, desde esta mañana. Una linda obra de usted, pero sin firma.
La señora de La Tour de Embleuse admiraba los aderezos de su hija como Clitemnestra pudo admirar las bandas fúnebres destinadas a adornar la frente de Ifigenia.
Semíramis le abrió la puerta y la introdujo en el salón. El señor y la señora de La Tour de Embleuse la recibieron al lado de la chimenea, en la que ardía todo lo que se había podido encontrar en la casa: dos tablas de la cocina, una silla de paja y otros objetos. La duquesa se había vestido como había podido. Su traje de terciopelo negro azuleaba por los pliegues.
Su señor padre, el duque de La Tour de Embleuse, que me honra con su amistad... ¿Usted conoce a mi padre, señora? interrumpió vivamente Germana . ¿Hace poco que lo ha visto usted? Hace ocho días. Permítame, pues, que la bese. ¡Mi pobre padre! ¿Cómo está? Nos escribe rara vez. Deme noticias de mi madre. La señora Chermidy se mordió los labios.
El barón se encargó de lanzar a su discípulo; le hizo admitir en su club. Allí se comía bien, y el señor de La Tour de Embleuse no perdió nada en cambiar de cocinero. Antes de su conversión, la comida excesivamente condimentada de los figones y el uso de los licores falsificados irritaban su estómago, enrojecían su lengua y le condenaban a una sed inextinguible.
Palabra del Dia
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