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Sin , la familia de La Tour de Embleuse no sería más que un montón de polvo en la fosa común. ¡Yo se lo he dado a usted todo, padre, madre, marido, hijo y la vida, y se atreve usted a decirme en mi cara que estoy en su casa! ¡Es preciso ser bien ingrata! Era difícil contestar a esta elocuencia salvaje.

Desde el salón se pasaba a la habitación de la duquesa y desde allí al comedor que unía la habitación del duque con la de la duquesa. La señora de La Tour de Embleuse encontró en la antesala a su única sirvienta, la vieja Semíramis, que lloraba silenciosamente con un papel en la mano. ¿Qué tienes? preguntó. Señora, esto es todo lo que ha traído el panadero. Si no le pagamos, no nos dará más pan.

Yo no desprecio ni el vino, ni el juego, ni el amor, pero yo mantendré contra todo el mundo, y contra usted mismo, que un duque de La Tour de Embleuse no debe embriagarse, arruinarse o condenarse más que con sus iguales.

En cuanto a consuelos, no los tengo; distracciones, las encontraría, pero mi corazón está demasiado triste. Conozco a algunos caballeros que vienen aquí todos los martes por la noche a charlar un rato. No me atrevo a invitar al señor duque de La Tour de Embleuse a estas reuniones melancólicas; su negativa me humillaría y me haría muy desgraciada.

Empleó primero el respeto tímido que convenía a una mujer en su posición. Hizo protestas de una veneración exagerada por la ilustre familia en la que había introducido a su hijo; se atribuyó el honor de haber elegido a los La Tour de Embleuse entre veinte casas linajudas del faubourg y de haber levantado por la fortuna uno de los más hermosos nombres de Europa.

Todas las preocupaciones, todas las miserias, todos los dolores físicos y morales tenían su asiento en aquel rincón del palacio Sanglié; y en París, donde la miseria abunda, no había, quizás, una familia más completamente miserable que la de La Tour de Embleuse que poseía por todo recurso un anillo de boda.

El mintió como un prospecto y ella hizo ver que lo creía en absoluto. Cuando le hubo dado todos los informes deseables, le dijo: Bueno, muchacho, la plaza que le voy a dar a usted es de confianza. Uno de mis amigos, el señor de La Tour de Embleuse, busca un doméstico para su hija que se halla moribunda en el extranjero.

El mismo día, el señor Le Bris escribía al señor de La Tour de Embleuse: «Señor duque: No me atrevo a llamarle a su lado. Cuando usted reciba esta carta, ya habrá dejado de existir. Cuide y consuele a la señora duquesaLa carta de Mantoux y la promesa formal de la muerte de Germana llegaron el 12 de septiembre a poder de la señora Chermidy.

La señora de Villanera, que nunca había sentido simpatía por el duque, se interesaba mediocremente por su estado, pero se consideraba triunfante al tener a mano a una víctima de la señora Chermidy. Dedicó los cuidados más asiduos al señor de La Tour de Embleuse y le arrancó todos los secretos de su miseria y de su decadencia.

Conducida a Nápoles, embarcó en un paquebot que partía para Malta y desde allí un vapor del Lloyd inglés la transportó hasta el puerto de Corfú. El señor y la señora de La Tour de Embleuse se habían despedido de su hija en la sacristía de Santo Tomás de Aquino.