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Actualizado: 25 de julio de 2025


El duque llevaba la cinta de sus condecoraciones sobre un frac más raído que el de un maestro de escuela. La entrevista fue fría y solemne. La señora de La Tour de Embleuse no podía hacer buena cara a los que especulaban sobre la próxima muerte de su hija.

La asamblea se disolvió más que de prisa; cada uno de los oradores llevó consigo sus instrumentos de trabajo y en la sala de deliberaciones no quedó más que una de esas escobas gigantescas, llamadas cabezas de lobo. Mientras tanto, Margarita de Bisson, duquesa de la Tour de Embleuse, caminaba apresuradamente en dirección a la calle Jacob.

Mientras tanto, por espíritu de prudencia y de venganza, por entretener su ocio de hermosa sin empleo, por una especulación de interés y de perversidad, se divertía en desplumar al señor de La Tour de Embleuse. Encontraba gracioso despojarle del millón que le había dado, sin perjuicio de devolvérselo a la muerte de su hija. Era una especie de desquite que se adjudicaba en caso de desgracia.

Discutió, como si fuese un notario, todas las condiciones del matrimonio, y cuando estuvieron de acuerdo sobre todos los puntos, se levantó de su silla y dijo con una voz metálica: Señor duque, señora duquesa, tengo el honor de pedirles la mano de la señorita Germana de La Tour de Embleuse, su hija, para el conde Diego Gómez de la Villanera, mi hijo.

Mantoux juró por el Dios de sus padres que cuidaría a la joven dama como una hermana de la caridad y que la obligaría a vivir cien años. Está bien respondió la señora Chermidy ; usted nos servirá a la mesa esta noche y le presentaré al señor duque de La Tour de Embleuse. Muéstrese a él tal como es usted y yo le respondo que le admitirá.

La señora Chermidy había empleado la mañana en hacerse un tocado irresistible. Seguramente estaba más hermosa aún que la noche anterior. Una mujer está en su tocador como un cuadro en su marco. Aprovechó la turbación en que sus gracias habían envuelto al señor de La Tour de Embleuse para acabarle de arrollar en los pliegues de su oratoria insidiosa.

Si usted accede, él vendrá hoy mismo a pedirle la mano de la señorita Germana y dentro de quince días se habrá celebrado la boda. Por de pronto, el duque saltó al suelo y miró fijamente al doctor. ¿No está usted loco? dijo , ¿no se está burlando de ? Supongo que no olvidará usted que soy el duque de La Tour de Embleuse y que puedo doblarle en edad... ¿Es verdad todo eso que me ha dicho?

El doctor le buscará una esposa entre sus enfermasYo he pensado en la señorita de La Tour de Embleuse y he venido a confiarme absolutamente en usted, señor duque.

La anciana condesa disputó más de una vez a la señora de La Tour de Embleuse las fatigas y las molestias del estado de enfermera. Cada una de ellas quería encargarse de los cuidados más penosos y de esos servicios en que estalla la abnegación del sexo sublime. El viejo duque proporcionaba a su mujer un suplemento de preocupaciones sin el cual hubiera podido pasarse perfectamente.

Al entrar vio un viejo ensangrentado que agitaba la cabeza en todas direcciones como para sacudir la sangre. El duque de La Tour de Embleuse gritaba: «¡Acá! ¡Acá! ¡AcáEra todo lo que le quedaba del don de la palabra, el más hermoso privilegio del hombre.

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