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Actualizado: 9 de julio de 2025


Marido o amante, todo le era igual en aquel momento de ira: lo que le importaba era rendir al Conde, conseguir que no fuese de doña Beatriz, lograr que aquella mujer se viese abandonada. A pesar de su culto a doña Beatriz, el Condesito seguía yendo a teatros, paseos y reuniones aristocráticas. En dichos puntos siempre encontraba a Elisa.

La señora de Aymaret trató de rehacer un poco su moral, ofreciéndole quedar hecha cargo de sus intereses, puesto que hacía tiempo que pensaba casar a Pedro, quien de su lado había encargado a ella, en quien tenía ilimitada confianza, que le designara persona de su agrado; así, pues, Elisa lo inclinaría hacia Ketty, cuidando, por supuesto, de dejar a salvo la dignidad y delicadeza de ésta.

En esta situación de ánimo ocurrió un día la maldita casualidad de que, yendo Elisa a paseo en landó, al pasar por la Puerta del Sol a eso de las cuatro de la tarde, se interpusiesen unas mujeres distraídas y estuviesen a punto de ser atropelladas.

En nombre del orgullo, en nombre del amor, que con el orgullo nació de súbito en su alma, si bien con bastardo e impuro nacimiento, Elisa se resolvió a luchar, a aventurarlo todo por atraer de nuevo al Conde y por quitárselo a doña Beatriz y tomarle ella.

¡Pues precisamente! replicó Beatriz . Fue a nuestro palco a ver a Elisa cuando ya nosotros nos habíamos ido, y aquélla le predicó un sermón sin paño. ¡Qué atractiva personita! Mas Pedro echa la culpa de sus calaveradas a grandes disgustos que ha tenido... ¿Qué grandes disgustos han sido ésos?... ¿Tienes alguna idea?

Convídela usted a comer con los papás, y pongo unos platos que se chupan los dedos, se entusiasman y para postre le regalan a usted la niña. ¿O será alguna de las antiguas? ¿Doña Purita, la que llegaba aquí en lunes y se marchaba en domingo, y venía su madre a traerle la muda? ¿La señorita Elisa, que le dejó a usted la mesa del despacho perdía de polvos de arroz? ¿La señora condesa...?

Y Elisa además hacía de suerte que, cediendo a todas las exigencias de la moda voluble, adoptando todas sus mudanzas en vestido y peinado, conservaba siempre inalterable, inmutable, la traza material de su persona, como la figura que en el troquel de acero está grabada. El tiempo mismo parecía haberse parado para ella desde hacía ocho años.

Así con mucha frecuencia le ocurría, por su misma ingenuidad, que se le escapaban reflexiones indignas, según le decía Zoraida, en una chica de su edad. Pero prosiguió: , Julio debe tener sus asuntos; pero es tan reservado, tan raro, que nadie puede sacarle nada. La festejó un tiempo a Elisa Jiménez.

, señor, lo niego replicó Beatriz levantándose con dignidad . Elisa, permite que me sirva de tu cupé; volverá dentro de veinte minutos. Pasó altivamente delante de Pierrepont, abrió la puerta del palco y entró en el salón de enfrente poniéndose su abrigo de pieles. La señora de Aymaret había venido a ayudarla; diéronse la mano y Beatriz se fue.

Allí estaban la tía Brígida, la tía Jeroma, Elisa y la vieja Rosenda, que deseando hacer olvidar sus desacatos antiguos, se inclinaba sonriente y melosa delante de Flora y le besaba las manos. Detrás del enorme corro de la gente, con el rostro ceñudo y sombrío, hallábase el homicida Bartolo.

Palabra del Dia

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