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Actualizado: 9 de junio de 2025
Todo coqueteo ulterior fué trabajo perdido. El Condesito ni siquiera dió a Elisa una satisfacción de amor propio, dejando ver su enojo o exhalando una queja. El último coqueteo, la última flirtation a que el Conde se había mostrado sensible, había sido en París, durante la primavera. En París sobrevino también la firme decisión del Conde de no mostrarse sensible nuevamente.
7 De fino lino bordado de Egipto fue tu cortina, para que te sirviese de vela; de cárdeno y grana de las islas de Elisa fue tu pabellón. 8 Los moradores de Sidón y de Arvad fueron tus remeros; tus sabios, oh Tiro, estaban en ti; ellos fueron tus pilotos.
¡Elisa, no insistas, te ruego! ¡Bueno! ¡está bien! replicó aquélla con vivacidad , ¡antes eras más franca conmigo!... ¡adiós, hija! Y se dirigió rápidamente a la puerta. ¿No me das un beso?... le preguntó la pobre Beatriz. ¡Siempre! ¡no uno, mil! replicó tiernamente la vizcondesa saltando al cuello de su amiga.
Lo que no podía sufrir con paciencia era que el Conde se complaciese y aun se gloriase de ir subiendo por mayores asperezas, y de estar luchando con dificultades más rudas que las que ella le había excitado en balde a subir y a vencer. A pesar de su empeño en fingirse todo lo contrario, Elisa insistió entonces en formar gran idea del mérito de doña Beatriz.
Calculó, pues, en esta ocasión, que rendirse sin condiciones no era triunfo, sino derrota; que podría suceder que el Conde, verdadero triunfador, volviese a doña Beatriz, ocultándole una infidelidad efímera o pidiéndole perdón de su culpa. Sólo con pensarlo temblaba Elisa de despecho.
Elisa se esmeró entonces en su vestido y peinado; lució nuevas y ricas galas; aguzó el ingenio para que en las tertulias tuviese mayor hechizo su conversación; atrajo en torno suyo a cuantos hombres valían más por cualquier estilo; se rodeó de más brillante y numerosa corte que nunca, y ni aun así pudo vencer la indiferencia del Conde.
Fue sólo aquella noche cuando Pedro le preguntó si había leído el billete que de Elisa él le trajera, que Beatriz advirtió la turbación y el desconcertado continente del marqués. ¿Ha ido usted hoy a casa de la señora de Aymaret? le preguntó la señorita de Sardonne. Sí... y aun hemos tenido una conversación muy larga... y muy interesante. ¡Ah! exclamó aquélla , ¿y sobre qué? Acerca de usted misma.
En esta disposición de ánimo, Elisa estaba determinada a todo lo que pudiese asegurarle la victoria. Pero, en medio de sus más violentas pasiones, la prudencia no la abandonaba. Calculaba con serenidad, como si estuviese en calma.
Y el Conde supo cumplir su firme decisión. Conquistas más fáciles le consolaron y distrajeron de aquel ligerísimo contratiempo. Mil veces más mortificado quedó en esto el orgullo de Elisa que el del Conde. Poco acostumbrada Elisa a que los galanes desistieran tan pronto de pretenderla y se retirasen además con tan glacial reposo, se sintió algo picada, si bien disimuló el pique.
En mujer tan orgullosa como Elisa no cabía una insinuación directa con el Conde: no cabía que ella se le declarase. Decidióse, pues, a dar un paso, que no comprometía su buena fama, que la dejaba ilesa, aunque pudiese mortificar su vanidad.
Palabra del Dia
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