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Actualizado: 2 de junio de 2025


Esta volvió a emplear para cautivarle cuantos medios había antes empleado; pero el Condesito, firme y frío como una roca, no se mostraba sensible ni aun se daba por entendido. Elisa no perdió por eso la esperanza: esforzó sus artes y llegó más allá del término hasta donde en toda su vida había llevado la flirtation.

Así es que, según lo que yo he llegado a averiguar, por causa de Elisa hubo de introducirse en el dialecto elegante y aristocrático de Madrid el vocablo inglés flirtation, que ya empieza a divulgarse y hasta a avillanarse. Hace algunos años era un vocablo que no se pronunciaba sino en los salones más elegantes, y apenas si se aplicaba a otra mujer que no fuese Elisa.

El más esencial primor de la flirtation consiste, a lo que me han asegurado, en disparar dardos tan invisibles, que la persona que los dispara pueda darse por desentendida; en augurar favores sin que se atine jamás ni con el fundamento ni con el testimonio del agüero, y en evocar esperanzas en virtud de conjuros tan misteriosos que no los perciba quien los pronuncie.

Importa poco el valor etimológico y genuino de la palabra. Lo que nos importa resolver es que la palabra flirtation, en los salones elegantes de España, tiene un valor muy distinto; significa un refinamiento, un alambicamiento de coquetería, y no la coquetería llana y sencilla que por lo común se estila.

Justo es advertir que esta teoría acerca de la flirtation me la ha explicado una señora de mucho talento y muy docta en tales estudios. De lo que yo no respondo, es de que el vocablo inglés tenga el mismo significado por dondequiera. Tal vez flirtation y coquetería sean en la Gran Bretaña perfectos sinónimos. Pero aquí no tratamos de filología.

Elisa empezó, pues, a flirtear con el Condesito. Pronto logró enamorarle un poco; pero no era el Condesito de los que se rinden y se esclavizan con facilidad. La flirtation no deja rastro, ni huella, ni señal de la herida, y puede no obstante penetrar en lo profundo del alma y herirla de muerte.

Todo coqueteo ulterior fué trabajo perdido. El Condesito ni siquiera dió a Elisa una satisfacción de amor propio, dejando ver su enojo o exhalando una queja. El último coqueteo, la última flirtation a que el Conde se había mostrado sensible, había sido en París, durante la primavera. En París sobrevino también la firme decisión del Conde de no mostrarse sensible nuevamente.

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