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¡La reina!... ¿pero creéis que la reina podría salir sola de noche y ampararse de un desconocido? ¡Eh, señor Juan Montiño! habláis con demasiado calor, para que yo no sospeche que os ha pasado por el pensamiento que podía ser la reina la dama de vuestra aventura. Creedme, Juan; eso, que si fuera posible, sería para vos una desgracia, es imposible de todo punto.

Y riendo de nuevo como arrepentida de estas palabras dichas con gravedad y convicción, en las que resumía toda la historia de aquel amor, añadió con expresión burlona: Qué parrafito, ¿eh? ¡Qué efecto hubiese hecho al final de tu discurso! El carruaje entraba ya en la plaza de Oriente: iba a detenerse ante la casa de Leonora.

Eso es, D. Pedro López. No tan arriba. Pique más bajo. ¿Se le puede ver, o no? Creo que está durmiendo. Suba usted.... Eh, , Rumalda... ve con este caballero.... Di a Perico que si no tiene vergüenza de dormir a estas horas. Romualda era una mujercita encanijada y vestida de harapos que en la tienda inmediata ayudaba a la mujer de los parches a ensartar buñuelos.

No será el primero, como usted me enseña dijo Trampeta riéndose de la chuscada . Ya entiende por quién hablo.... ¿eh? ¡Ah!, , la muchacha ésa que vivía en la casa antes de que Moscoso se casase, y de la cual tiene un hijo.... Ya ve usted cómo me acuerdo. El hijo... el hijo será de quien Dios disponga, señor gobernador.... Su madre lo sabrá..., si es que lo sabe.

Mucho, rubita, mucho respondía el Magistral, desabrochándose el maldito balandrán y soplando con fuerza. Y eso que a usted la fatiga no debe rendirle, que allá en Matalerejo tengo entendido que corre como un gamo por los vericuetos.... ¿Quién te lo ha dicho a ti? ¡Bah! Teresina... ¿Sois amigas, eh? Mucho. Silencio. Los dos meditan. El canónigo reanuda el diálogo.

Seremos amigos, ¿eh?... Esta es su casa, yo le consideraré como un camarada simpático; con lo de esta noche ha ganado usted en mi ánimo más que con un continuo trato; pero va usted a prometerme que no reincidirá en esas tonterías de admiración amorosa que han sido siempre el tormento de mi vida. ¿Y si no puedo?... murmuró Rafael.

Pensó en D. Juan Nepomuceno, y hasta entró en casa una noche con el propósito de pedirle cinco mil reales. «, no cabía duda, hubiera sido el colmo del heroísmo. Yo le he prometido a usted devolverle mil reales a las veinticuatro horas de recibidos, ¿eh? ¿No es eso? Pues bien; aquí me presento, a los ocho días, no a entregar esos cincuenta duros, sino a pedir cinco veces otro tanto». ¡Absurdo!

Bien conservada, ¿eh? ; para su edad... ¿Cómo para su edad? No vayas a figurarte que es una vieja... Después, muy distinguida, ¿verdad? Y bajando la voz y acercando la boca al oído del sobrino añadió: ¡Ciento cincuenta mil duros en casas, y acciones del Banco!... ¿He dicho algo Miguel? No necesitó éste tirarle mucho de la lengua para averiguar sus planes.

Para los que, conociendo el estilo verbal del Padre Urtazu, sientan deseos de enterarse del epistolar que usaba tan claro varón, será cosa de gusto la esquela que a continuación se inserta: «Lucigüela de mis pecados: ay, hija, ¡y qué bien pintamos las cosas para dejar a nuestra personita en el lugar más lucido! Misericordia, ¿eh? ¡yo te daré la misericordia!

Y , ¿te quedas, eh? añadía Amalia uniendo su ceceo al de Lola . ¿Hasta cuándo, chica...? Pero te vas a secar.... ¡Esto es ahora un monasterio!