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Actualizado: 2 de junio de 2025


Trasladose, pues, y allá fue metiendo su ajuar humilde, y sus chiquillos, y el ama, para lo cual antes hizo hueco, echando fuera la mar de tiestos y tibores de plantas, y poniendo en la calle a Daniela, que en rigor no servía más que de estorbo. A sus funciones de gran canciller agregó pronto las de doncella y peinadora de su suegra y cuñada. Así todo se quedaba en casa.

Y echando una rápida mirada hacia fuera para cerciorarse de que no los observaban, se apoderó de sus manos, y le dijo caldeándole con su aliento las mejillas: ; te quiero, te quiero más de lo que te puedes imaginar. Ven mañana a las tres a casa. Clementina no contaba con la femenil impresionabilidad de su adorador.

Aquí me tienes dijo alegremente, echando el mantón sobre los hombros, espero no haber perdido mi viaje, o mis viajes, porque han sido dos, hijo mío.

¡No, realmente dijo el herrador con amargo sarcasmo, echando una mirada general sobre los circunstantes , y puede que no seáis testarudo como una mula, y puede que no hayáis dicho que la vaca no era una Durham colorada, y puede que no hayáis dicho que tenía una estrella blanca en la frente! Sostened ahora eso, ya que estáis bien dispuesto.

Porque quisiera que se os pasase esa mala impresión, que por mi desdicha os he causado en sólo un momento que me habéis visto; porque no quiero que alentéis ninguna esperanza. ¡Ah! pues entonces, permitidme dudar... No dudéis, pues dijo la dama echando atrás el manto, y dejándose ver á Juan Montiño. ¡Ah! exclamó el joven ; ¡, vos sois el hermoso sol que me deslumbró!

Para los extranjeros, que me están echando el lente con desdén, soy una Doña Simplicia de aldea; para los viejos, soy cero. Los otros se quedan neutrales, tanto por consideración al duque que es mi patrón, y lo entiende, como para lanzarse después a la alabanza o la censura, según la opinión se pronuncie en pro o en contra

Finalmente, á los once dias de marcha se hace alto sobre la ribera izquierda, y echando pié á tierra se caminan tres leguas por entre el bosque mas hermoso del mundo, siguiendo el rumbo de un estrecho sendero que conduce al pueblecillo de la Ascension de Isiboro, perteneciente al pais de los Yuracarees. Camino de Yuracáres á Moxos, por el rio Securi.

Por allí andaban damas y caballeros, no en facha de pastorcillos, ni al desgaire, ni en trenza y cabello, sino lo mismo que iban por las calles, con guantes, sombrilla, bastón. Echando, pues, de su alma aquellos vagos deseos de correr y columpiarse, pensó gravemente de este modo: «Para otra vez que venga, traeré yo también mis guantes y mi sombrilla».

Rosalía apretaba los dientes, haciendo cuantas muecas fueron necesarias para imitar sonrisas. «Debo estar echando espuma por la boca pensaba . Si no me voy pronto de aquí, creo que me da algo».

La chiquilla se reía aún, con tanta gana y tan francamente, que me obligó á hacer lo mismo. Por nada repuso desprendiéndose de mi brazo repentinamente y echando á correr. La seguí y la alcancé pronto. La niña, sin decir nada, volvió á tomar mi brazo. Caminamos un buen rato en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba á decir ó en lo que iba á hacer.

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