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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Veremos, veremos murmuró indeciso el ingeniero. Dudaba, con cierta esperanza, ante el camino tortuoso que le proponía su novia. Experimentaba la cobardía del amor, y cerraba los ojos.
En los momentos en que se preguntaba qué recuerdos habrían quedado de su persona a la ausente, cuando dudaba de que pensara en él ni un instante, la encontraba partícipe de su religión del sepulcro.
Cuanto más horroroso le parecía el pecado de pensar en don Álvaro, más placer encontraba en él. Ya no dudaba que aquel hombre representaba para ella la perdición, pero tampoco que estaba enamorada de él cuanto en ella había de mundano, carnal, frágil y perecedero.
En este conflicto se dudaba el medio que debia elegirse: no habia armas, ni pertrechos; hacíanse cabildos públicos y secretos; nada se resolvia por falta de dinero en la caja de propios, ó por decirlo con mas propiedad, por no haber tal caja, porque hacia muchos años se habia apoderado de su fondo D. Jacinto Rodriguez.
Casi tocando con la frente de Ana, metida entre dos hierros, pasó un bulto por la calle solitaria pegado a la pared del Parque. «¡Es él!» pensó la Regenta que conoció a don Álvaro, aunque la aparición fue momentánea; y retrocedió asustada. Dudaba si había pasado por la calle o por su cerebro. Era don Álvaro en efecto.
Este amigo suyo, a quien hacía mucho tiempo que no veía, le ha llamado. ¿Cómo negarse a los requerimientos de la amistad? No era discreto negarse, tanto más, cuanto este amigo es un excelente pianista, y Azorín se ha regodeado ya por adelantado con unos cuantos fragmentos de buena música. Tenía razón en sus augurios. Este amigo ha titubeado algo antes de sentarse al piano. ¿Por qué dudaba?
El diputado, contra quien iba a sublevarse don Acisclo, estaba caído en aquel momento; pero nadie dudaba de que pronto se volvería a encaramar en el poder. Habíanle dejado cesantes a no pocos de sus ahijados; pero aún quedaban muchos en plena posesión de sus empleos y sueldos.
Esperaba tranquilizarme con ese tono jocoso, pero en su cara, pálida y un poco contraída era tan doloroso el esfuerzo para sonreír, que no pude contener las lágrimas. Mi padre me alargó la mano, torpe y pesada, y me dijo con una especie de melancólico asombro: Pero, entonces, ¿me quieres?... ¡Lo dudaba, después de las bondades que tiene para mí continuamente!
Lo manifestó así a la portadora, y con este motivo entró en una agradable conversación, que degeneró en charla bullanguera. Cuando se despidieron eran lo más amigos, y ella prometió volver al día siguiente a traerle nuevas luces, cosa de que él no dudaba, mirando sus hermosos ojos pardos, dulces y tiernos. Las visitas, para darle datos, se repitieron unos seis u ocho días.
Así marchó hasta la parada del mediodía, que no dudaba haría también su hombre, pues sólo un loco podía seguir viaje bajo aquel sol abrasador.
Palabra del Dia
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