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Actualizado: 30 de abril de 2025
»¡La conspiración era evidente, las pruebas numerosas y el parecer de los jueces era unánime!... Pero la opinión pública estaba tan pronunciada, era tan poco dudosa en el modo de juzgar del talento y capacidad del conde de Pópoli, que nadie dudaba de que tal proyecto no había sido concebido por él; a causa de esto, se me creyó el alma de aquel complot.
El ángel cava, el demonio cava....¡Bien que los veo! El demonio agora enciende un cigarro con un tizón que saca del rabo. ¿Tú los ves, Fuso Negro? ¡Si que los veo! ¿Estás seguro? ¡Sí que los veo! Yo dudaba que fuese delirio de mis sentidos.... Apenas distingo tu sombra en esta cueva.
No era extraño, pues, que tuviese esperanzas de que a la postre lograse reducir a su marido. Gonzalito procuraba alimentárselas, pero en el fondo dudaba mucho de ello, porque su claro papá era más tozudo que un caballero de la Tabla Redonda. Vencida la indiferencia del público, o por mejor decir enardecido ya por el aplauso, el tercer acto fue un gran triunfo para el autor.
La señora estaba dispuesta a arriesgar una tentativa desesperada, para colocar a la niña ajena, en el lugar de Elena si ésta llegaba a morir, a fin de conservar así la posibilidad de poseer la fortuna del conde. La niña vivía aún, pero la nodriza no dudaba de que no pasaría del día siguiente. ¿Qué os diré?
La animosa señora de Morel, tras largos meses de ansiedad y amargos sufrimientos, dudaba todavía de la muerte del barón; parecíale imposible que habiendo regresado de tantas y tan mortíferas campañas, hubiese sonado para él la hora suprema en aquella última expedición, lejos de su hogar, privado del amor de los suyos y de los solícitos cuidados de su amante esposa.
Aunque así sea. No iría nadie, o, mejor dicho, irían muchos; pero no a aprender el inglés, sino a hacerle a usted el amor. Ella quedó pensativa. ¿Y si me pusiera a coser y a hacer trajes para las señoras? ¿Pero sabe usted algo de eso? No, pero aprenderé. Quizá fuera práctico. Yo le ofrecí pagarle todo lo que necesitara, aunque dudaba mucho del éxito.
Así se había hecho un redomado escéptico en materia de prensa. «¡Si sabría él cómo se hacían los periódicos!». Cuando franceses y alemanes vinieron a las manos, El Corresponsal dudaba de la guerra: era cosa de los bolsistas acaso; no se convenció de que algo había hasta la rendición de Metz. El poeta Trifón Cármenes también acudía sin falta a la hora del correo.
Al cumplirse el novenario de la encerrona, que algo tenía de arresto, doña Anuncia se presentó tranquila, digna, severa a leer la sentencia. «No le faltaría a la hija de la bailarina ¿quién dudaba ya que la modista había bailado? no le faltaría una cama en el palacio de sus mayores; pero ellas, las tías, no tenían qué poner a la mesa; todo lo había comido la niña». Ana escribió a Frígilis.
Dejarlo todo, ya que no tenía hijo, y seguir... ¿Seguir a quién? ¡Si él no tenía bastante fe, ni mucho menos! ¡Si dudaba, dudaba mucho, y con un desorden de ideas que le hacía imposible aclarar sus dudas y volver a creer a macha-martillo!
Pero Barbarita corrigió al instante su propia espontaneidad, diciendo: «No... no nos precipitemos. Hay que hablar antes a tu marido. Esta noche sin falta se lo dices tú, y yo me encargo de volver a tantear a Baldomero... Si es clavado, pero clavado...». ¡Y usted que dudaba! Qué quieres... Era preciso dudar, porque estas cosas son muy delicadas.
Palabra del Dia
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