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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Tras una rápida ojeada a la incómoda persona, reanudó la lectura. La dama se sentó a su lado, y al hacerlo miró atentamente a Nébel. Este, aunque sentía de vez en cuando la mirada extranjera posada sobre él, prosiguió su lectura; pero al fin se cansó y levantó el rostro extrañado. Ya me parecía que era usted exclamó la dama aunque dudaba aún... No me recuerda, ¿no es cierto?
María de la Paz decía que no; Salomé dudaba, y la santa opinaba que sí. Las razones de la primera eran: que puesto que prefería el sueño á la comida, era preciso hacerle el gusto, con lo cual se iría acostumbrando á la disciplina. En vano quiso oponerse Paulita con gran copia de razones teológicas y morales, fundadas en el principio de mens sana in corpore sano: todo fué inútil.
Pero el coronel no prestó atención á tales amenazas. Las tristes novedades de la guerra quitaban toda importancia á los asuntos de su vida corriente. Los alemanes seguían avanzando hacia París. El retroceso de los aliados continuaba bajo los repetidos golpes del enemigo. Las ilusiones de Toledo disminuían por momentos. Ya dudaba de todo. Los invasores eran de una superioridad numérica aplastante.
Dudaba, permanecía quieto, como el que desea retrasar el momento de una resolución importante, y al fin se decidió á bajar al mercado. El cauce del Turia estaba, como siempre, casi seco.
Ocupado en cumplir los encargos de unas señoras sudamericanas, no había podido saludar al joven cuando salió del hotel. Dudaba entre hacer el viaje en un vapor inglés hasta Marsella ó ir por ferrocarril á Génova, donde encontraría buques directos para Barcelona.
Ciertamente, no dudaba de él, pero temía a la condesa. Si su voluntad, fortalecida con sus derechos de madre, se elevaba como una barrera entre los dos y no podían romperla, ¿no tendrían que inclinarse el uno y el otro? Y en su abnegación de mujer amante, pensaba, olvidando su propio sufrimiento. ¡Pobre Raúl! Al menos él no se quedará solo. Pero, ¿y ella? ¿Le iba a faltar todo a la vez?
Esto sí produjo impresión, y muy honda, porque don Bernardino, era, como Schlingen, de los árboles grandes cuya caída parecía más de temer. ¡Andaba enredado en tanto negocio misterioso! de tierras, de ferrocarriles, hasta de proveedurías... Se dudaba, sin embargo, de la especie.
Le dijo que no dudaba de su afecto por él y que tenía una confianza ilimitada en su abnegación; pero que, respecto a ese asunto, había tomado hacía largos años, una resolución firme de la que no podía apartarse; podía estar tranquila a ese respecto; él sabría muy bien poner el documento al abrigo de las asechanzas de la condesa, y como el fin que impulsaba a Marta era conseguirlo de otra manera, no había razón alguna para que se inquietara de esa manera.
Siempre se le encontraba risueño y comunicativo, esparciendo la alegría y la confianza dondequiera que estuviese. Rara era la querella entre dos cadetes que él no consiguiese arreglar amistosamente. A pesar de su temperamento conciliador, nadie dudaba en el colegio ni fuera de él de su valor, ni mucho menos de la increíble fortaleza de sus puños.
Por lo menos atendía con más escrupulosidad si posible fuera que su futuro tío á los vasos y copas que cada parroquiano consumía y si en cualquier rara ocasión al buen Martinán se le pasaba sin cobrar alguno, Quino se lo recordaba al oído. Con esto la estimación que el filósofo le profesaba crecía algunos palmos. No dudaba que el hijo de la tía Brígida haría enteramente feliz á su sobrina.
Palabra del Dia
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