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Capítulo VI. Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo el cual aún todavía dormía. Pidió las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros, autores del daño, y ella se las dio de muy buena gana.

La verdad es que se casó con él enamorada, locamente enamorada, hasta el punto de hacer lo que hizo, abandonar su casa y su familia por seguirle, sin importarse de su honra ni de su nombre. Pero, este amor, con la edad, se convirtió en una manía, en una obsesión de todos los momentos; apenas dormía, pensando que otras mujeres pudieran robarle el tesoro de su Bernardino.

Petra era la encargada de despertar al amo, porque Anselmo se dormía sin falta y no cumplía su cometido: Frígilis llegaba al parque a la hora convenida, ladraba... y bajaba don Víctor.

Tampoco querrás beber dijo el atorrante, no hay vaso y somos muy delicados; pues así es la mejor manera de apreciar el vino, ¿me creerás? he pasado tres días sin probar gota, porque a Nanita le había prometido no emborracharme, y siempre caía en falta: con el vicio no se puede luchar, hijo; cuando no tomaba, me dolía la cabeza, no dormía bien... en fin, para el vino, es como el riego para una planta: me secaría y quedaría en los huesos, si no bebiera.

El sol se había puesto, caía la tarde; paseaban por las calles galanes y soldados, haciendo señuelos a sus enamoradas; los menestrales dejaban sus trabajos, y se iban cerrando comercios y tiendas. En aquellos tiempos se trabajaba de día y se descansaba y se dormía de noche, salvos los rondadores y la gente maleante, que lo hacían al revés.

Si se castigara a los seductores y a los petimetres... la sociedad...». Papitos dormía como un ángel, apoyada la mejilla sobre el brazo tieso, y conservando en la mano de él la media, por cuyos agujeros asomaban los dedos. Dormía con plácido reposo, la cara seria, como si aprobase inconscientemente las perrerías que el otro decía de los seductores, y aprovechara la lección para cuando le tocara.

Sólo duraba en ella el gusto del aguardiente; y cuando se apimplaba, que era un día y otro también, hacía figuras en medio del arroyo, y la toreaban los chicos. Dormía sus monas en la calle o donde le cogía, y más bofetadas tenía en su cara que pelos en la cabeza.

Le gustaba pasear por las naves, detrás del altar mayor, el sitio más obscuro y silencioso del templo. Allí dormía gran parte de la historia de España. Tras la cerrada puerta de la capilla de los Reyes, guardada por dos heraldos de piedra puestos en jarras, estaban los monarcas de Castilla en sus tumbas coronadas por estatuas de armadura de oro haciendo oración con la espada al cinto.

Seis meses nada más bastaron para que el genio que dormía en el fondo del espíritu de D. Pantaleón Sánchez se levantase y echase a andar por la tierra. En este corto espacio de tiempo su mirada penetrante abarcó de una vez la existencia toda y sondó sus inefables arcanos. En el mundo no había más que hechos, hechos constatados, como decía un libro traducido del francés que Moreno le había dado.

Allì fueron los monos celebrados Por cabritos, y mas enternecidos, Tigres, osos, leones, desusados Manjares, de la hambre convencidos. Comiamos: empero tal me via, Que con la hambre pura no dormía.