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Volvióse mohino, con la boca amarga sin saber por qué, tan preocupado, que tropezaba en la acera con las bandadas de lindas muchachas, que se dirigían al teatro, ávidas de presenciar la función de gala. Echóse al medio de la calle, para caminar con más desembarazo. Cuando llegó a casa, Pampa dormía otra vez en el umbral de la puerta.

«Gozo, gozo con haber ultrajado a un hombre como usted. Todavía dijo Botín haciendo esfuerzos para reír, y golpeándose con el bastón el pie bonito , todavía tiene usted algo que agradecerme. Puede usted llevarse todo lo del niño. Mi hijo no necesita nada». Isidora corrió hacia adentro. En la cocina, Mariano dormía, reclinado sobre la mesa.

Mientras tanto, los clamores desesperados del niño despertaban también a la doncella de Lilí, Magdalena, que dormía allí cerca, y acudía esta presurosa en su auxilio; tranquilizábalo con gran cariño, hacíale acostar y permanecía sentada junto a su camita, hasta dejarlo dormido nuevamente.

Aun arañas no había en él; conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba; la cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas; al fin, era archipobre y protomiseria.

Hacia cerca de una semana que estaban en Rouxmesnil, cuando una tarde, en que se paseaba á lo largo de un foso que daba sobre la llanura, la joven vió al pasar, echado en un campo de trigo, un hombre de blusa, con el sombrero apabullado, que dormía á pierna suelta, á consecuencia, sin duda, de algunas copas de aguardiente.

Tengo que pagar abogados, decía á su hija que lloraba; si gano el pleito ya sabré hacerle volver y si lo pierdo no tengo necesidad de hijos. El hijo partió y nada más se supo sino que le raparon el pelo y que dormía debajo de una carreta. Seis meses despues se dijo que le habían visto embarcado para las Carolinas; otros creyeron haberle visto con el uniforme de la Guardia civil.

Quizás no demos todo el fruto conveniente; pero flores ya hay; y viéndolas y admirándolas, aunque el fruto no responda a nuestras esperanzas, obligados nos sentimos todos a conservar y cuidar el árbol». B. Pérez Galdós Madrid, enero de 1901. Tomo I La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte.

La brisa se dormía y el silbido de los sapos llenaba el campo de perezosa tristeza, como cántico de un culto fatalista y resignado. Los ruidos de la ciudad alta llegaban apagados y con intermitencias de silencio profundo. En la Colonia, más cercana, todo callaba.

Cuando yo dormía en casa de Poenco, fue allá y me sacó las llaves del bolsillo... No podía haber sido otro. ¿Le viste entrar? Sr. D. Diego, quiero ver a la señora condesa para hablarle de un asunto que a esta familia, lo mismo que a la de Leiva, importa mucho. ¿Tendrá la señora la bondad de recibirme?

Una noche de relámpagos y truenos, cuando la guarnición, compuesta en su mayor parte de italianos al servicio de España, dormía sin cuidado, la sorprendieron, la desarmaron, después de matar á algunos que pretendían resistirse, y acabaron por enviarla cortésmente al virrey español de Milán con la noticia de que la alianza quedaba rota para siempre.