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Actualizado: 29 de octubre de 2025
Luego había surgido la provocación inglesa. Como un traidor de melodrama, el gobierno británico venía preparando la guerra desde larga fecha, no queriendo presentarse hasta el último momento. Y Alemania, amante de la paz, tenía que defenderse de este enemigo, el peor de todos. ¡Dios castigará á Inglaterra! afirmaba la doctora mirando á Ulises.
Y ahora, gentleman, vuelva á tenderse; adopte su primera postura para tomar un poco de leche. Pero Gillespie estaba pensativo desde mucho antes. Se dispuso á obedecer la orden y luego se detuvo para mirar con una expresión interrogante á la universitaria. Una palabra nada más, y en seguida me tiendo. La doctora le hizo ver con un gesto que estaba dispuesta á escucharle.
Empezó a olvidar algunas noches la lectura de Santa Teresa. Seguía enamorada de la Doctora sublime, pero algunas opiniones de la Santa prefería pasarlas por alto, estaban en pugna con las ideas propias; «al fin no en balde habían pasado tres siglos». Empezó Ana a comprender mejor lo que el Magistral le quería decir al hablarle de actividad piadosa.
Volvió á tierra nervioso é inquieto. Su zozobra le hacía temer esta entrevista, y al mismo tiempo la deseaba. «¡Adelante! Yo no soy un niño para sentir tales miedos», se dijo al entrar en su cuarto y ver á Freya esperándole. La habló con la brutalidad del que necesita terminar pronto... «No podía encargarse del servicio que le había pedido la doctora. Retiraba su palabra.
De pronto agarró un brazo del marino y le gritó con energía, como si acabase de hacer un descubrimiento por la portezuela del coche: «¡Calderón de la Barca!» Ferragut saludó. «Sí, señora.» La joven, después de esto, creyó necesario presentar á su compañera. La doctora Fedelmann... Una sabia en filología y en letras.
La doctora sólo podía habitar un edificio moderno é higiénico. Pero no se atrevía á hacer preguntas y pasaba adelante, temiendo ser espiado desde una ventana. Al fin desistía de su empeño. Chiaia tiene muchas calles, y él vagaba sin rumbo, pues el conserje del hotel no había podido proporcionarle ninguna indicación precisa.
Se hizo la obscuridad; una obscuridad poblada de suspiros y misteriosos rumores. Una hora después, cuando el silencio era absoluto, sonó quedamente la voz de Freya. Recapitulaba lo que no se habían dicho, pero que los dos pensaban á la vez. La doctora cree que debes quedarte. Deja que tu buque se marche con ese fauno feo que sólo sirve de estorbo.
Y la joven dijo esto con gravedad, sin mirarle, como si hubiera perdido para siempre su sonrisa de mujer fácil que había engañado á Ferragut. En el tren se humanizó, hasta perder su mal gesto de ofendida. Iban á separarse pronto. La doctora parecía cada vez menos abordable, así como rodaba el vagón hacia Salerno.
Tenía cara de buena persona, con sus ojos claros y su barba canosa y puntiaguda. Casi le inspiró una tierna compasión por sus abrumadores deberes de padre. Mientras tanto, la voz de la doctora cantaba las glorias de su pariente. ¡Un héroe!... Nuestro gracioso kaiser le ha dado la Cruz de Hierro. Varias capitales lo han hecho ciudadano honorífico... ¡Dios castiga á Inglaterra!
El marchaba ahora por la buena senda. Sus deseos de venganza le habían colocado entre los adversarios de Alemania. Lamentaba su antigua ceguera y estaba satisfecho de su nueva situación. No hacía secreto de su conducta: servía á los aliados. Y por eso me buscas, por eso has arreglado esta entrevista, tal vez de acuerdo con tu amiga la doctora.
Palabra del Dia
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