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Actualizado: 29 de julio de 2025


Mientras se despedía de la doctora, agradeciendo con extremos corteses que le hubiese hecho conocer al capitán, éste sintió que Freya le apretaba la mano de modo significativo. Hasta la noche murmuró levemente, sin mover apenas los labios . Volveré tarde... Espérame. ¡Oh, dicha!... Los ojos, la sonrisa, la presión de la mano, decían para él mucho más.

Tengo ocho hijos dijo á la doctora, por parecerle la más digna de recibir sus confidencias . Si movilizan el ejército, se me irán seis. Y añadió con resignación: Así debe ser, para que acabemos de una vez con nuestro eterno enemigo el tedesco. Mis hijos pelearán contra él como peleó mi padre. La doctora se alejó con altivez.

¡Es la guerra! dijo Freya. ¡Claro que es la guerra! repuso la doctora, como si le ofendiese el tono de excusa de su amiga . Y es también nuestro derecho. Nos bloquean, quieren matar de hambre á nuestras mujeres y nuestros niños, y nosotros les matamos á los suyos. Sintió el capitán la necesidad de protestar, sin hacer caso de los gestos de su amante y de sus tirones ocultos.

En la noche, hablando á Freya, se asombró Ulises de la prontitud con que la doctora había encontrado un buque, de la discreción con que hacían su carga, de todos los detalles de este negocio, que se desarrollaba fácil y misteriosamente en la misma boca de un gran puerto, sin que nadie se percatase de ello. Su amante afirmó con orgullo que Alemania sabía conducir bien sus asuntos.

¡Llévame contigo! repitió . Si tu no me sacas de mi mundo, no sabré cómo salir de él... Soy pobre. En los últimos años me ha sostenido la doctora; ignoro el medio de ganar mi existencia y estoy habituada á vivir bien. La miseria me inspira más miedo que la muerte. me mantendrás; contigo aceptaré lo que quieras darme; seré tu criada.

Ferragut, luego de estrechar la gruesa mano de la doctora, se lanzó indiscretamente á pedir informes. ¿La señora es alemana? dijo á la joven en español. Los lentes de oro parecieron adivinar la pregunta, enviando un brillo inquieto á su acompañante. No dijo ésta . Mi amiga es rusa; mejor dicho, polaca. ¿Y usted, también es polaca? continuó el marino. No; yo soy italiana.

Ulises, al seguirla, adivinó fija en sus espaldas la mirada recelosa del escribiente. ¿También es polaco? preguntó. , polaco... Es un protegido de la doctora.

Necesitábamos un barco y un hombre. La doctora habló, orgullosa de su penetración que le había hecho adivinar en ti una fuerza aprovechable. Me dieron la orden de ir en busca tuya, de apoderarme otra vez de tu voluntad. Mi primer impulso fué negarme, pensando en tu porvenir. Pero el sacrificio era dulce; el egoísmo dirige nuestras acciones... ¡y te busqué! Lo demás lo sabes.

¿Entonces, la doctora...? volvió á preguntar, adivinando lo que podía ser la imponente dama. Freya contestó con una expresión de entusiasmo y de respeto. Su amiga era una patriota ilustre, una sabia que ponía todas sus facultades al servicio de su país. Ella la adoraba. Era su protectora: la había salvado en los momentos más difíciles de su existencia. ¿Y el conde? siguió preguntando Ferragut.

Acariciaba, al hablar, los mechones de la cabellera de Freya, que acababan de librarse del encierro del sombrero. Y Freya, adaptándose al ambiente tierno de la situación, se apelotonaba contra la doctora, tomando un aire de niña tímida y acariciante, mientras fijaba en Ulises sus ojos de dulce promesa.

Palabra del Dia

godella

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