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Actualizado: 5 de julio de 2025


La consternación más profunda se pintó en el semblante de su hija al tener conocimiento de la fatal decisión. No valieron súplicas ni lágrimas ni se logró nada con la intervención oficiosa de algunos amigos diputados para ello. Don Ramón permaneció inflexible. O Barragán era invitado o él mismo dejaría de asistir a la ceremonia. Se tragó, pues, a Barragán, ¡un trago bien amargo!

Aquí comenzaron algunos de nuevo á quejarse del Visorrey, diciendo que no hacía caso de nadie ni llamaba á Consejo los Oficiales de S. M., que eran diputados para ello, y muchos señores y caballeros que venían á servir, por lo que comenzaban á suceder mal algunas cosas, y ansí acordaron pedir lista de la gente que había á los Capitanes de los soldados que cada uno tenía, porque se dijo que había muchos enfermos.

La prensa libre la necesita el Gobierno, el Gobierno, que todavía sueña en el prestigio, que edifica sobre terreno minado. Lo mismo decimos respecto de los diputados filipinos. ¿Qué peligros ve en ellos el Gobierno? Una de tres cosas: ó salen revoltosos, pasteleros, ó salen como deben ser.

¡Era de ver lo que pasaba en los Ministerios cuando don Simón entraba en ellos, a las horas marcadas por los Ministros para recibir a los diputados, cargado de pretensiones y atacados sus bolsillos de memoriales! Sus compañeros que siempre madrugaban más que él, habían caído ya sobre el terreno como nube de langostas.

Gracias a la nunca desmentida amabilidad del señor Balcarce, nuestro digno Ministro en París, conseguía con frecuencia entradas para la tribuna diplomática, donde, entonces como hoy, era necesario son palabras del doctor Cané «llegar temprano para obtener un buen sitio». La sala de sesiones de la Cámara de Diputados era realmente espléndida.

Y si no fuese más que esto, los filipinos, que allá en su país tienen la costumbre de bañarse todos los días, una vez que sean diputados, podrán dejar tan sucia costumbre, al menos durante el período legislativo, para no molestar con el olor del baño los delicados olfatos de los Salamancas.

En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma. Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que habían hablado en ella se volvieron a la Península.

Viendo que la cuestión se agriaba, empeñeme en romper por medio del gentío, y esto causó nueva confusión y reconvenciones. Al mismo tiempo entre los diputados sonó rumor de disgusto por lo que pasaba en la tribuna, habló el presidente imponiendo silencio a los galerios, y acallados estos un tanto, el diputado Teneyro tomó la palabra.

Algunos diputados volvieron a sus asientos, mirando a los bancos más extremos de la izquierda, donde asomaba tras el rojo respaldo una gran cabeza blanca, en la que brillaban las gafas con luz semejante a la de una sonrisa dulcemente irónica. Púsose en pie el anciano. Era tan pequeño, tan débil de cuerpo, que aún parecía estar sentado.

Los cinco señores del Consejo Ejecutivo vivían en el centro del palacio; en una ala estaba la Cámara de diputados, y en la opuesta, el Senado. A la mañana siguiente de la entrada de Edwin en la capital, este palacio, que era como el corazón de la República, reanudó su vida más temprano que en los días anteriores.

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