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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Además, en ciertas vanidades producía gran impresión el título de marquesa de San Dionisio, que había unido a su nombre, y la corona nobiliaria con que adornaba sus camisas de noche y las sábanas de una cama tan frecuentada como la acera de una gran calle.
Moreno, hace usted mal en burlarse de las cosas de la religión. ¡Quién sabe si algún día se arrepentirá usted de esas bravatas! dijo D. Dionisio con su voz cavernosa. ¿Yo? replicó vivamente Adolfo haciendo un gesto furioso, lo mismo que si le hubiesen llamado ladrón.
Podía dar los mismos golpes que dieron sus antecesores al conquistar el pendón en las Navas y se arruinaba con igual indiferencia que aquellos de sus abuelos que se habían embarcado para rehacer su fortuna gobernando las Indias. El marqués de San Dionisio mostrábase satisfecho de sus alardes de fuerza, de la rudeza de sus bromas, que terminaban casi siempre con lesiones de los compañeros.
La gente popular la miraba con cierta simpatía, como si con sus envilecimientos halagase el instinto igualitario de los de abajo. Las familias ricas y devotas que no podían negar su parentesco con los de San Dionisio, buscado antes como un título de orgullo, decían con resignación: «Debe de estar loca; Dios tocará su alma para que se arrepienta».
Una bomba mató a un inglés, y estuvo a punto de ser víctima de otra en los mismos brazos de su nodriza D. Dionisio Alcalá Galiano, hijo de D. Antonio. Fuera de estos casos y otros que no recuerdo, los efectos de la artillería enemiga eran risibles.
Y añadió melancólicamente: No estaría yo aquí si viviese el marqués de San Dionisio, aquel señó tan resalao que jué el padrino de mi pobresito José María. Y señalaba a Alcaparrón, que abandonó su cuchara para erguirse con cierto orgullo al oír el nombre de su padrino, el cual, según afirmaba Zarandilla, había sido algo más para él.
Eso sí: tenía el genio fuerte y no consentía la más pequeña falta; pero su mucho rigor nos obligaba a quererle más, porque el capitán que se hace temer por severo, si a la severidad acompaña la justicia, infunde respeto, y, por último, se conquista el cariño de la gente. También puede decirse que otro más caballero y más generoso que D. Dionisio Alcalá Galiano no ha nacido en el mundo.
Hablaban sin duda su idioma nativo todos los provenzales ó del Oriente de España, que habían emigrado de su país, y no abrigaban temor alguno de no ser entendidos de príncipes y grandes, puesto que el lemosín era el lenguaje predilecto de casi todas las córtes europeas, así de la del inglés Enrique II y de la del alemán Federico II, como de la del portugués Dionisio . En cambio los cantores castellanos debieron en un principio expresarse con trabajo en un idioma extranjero, que sólo podía servirles para hacer pasajeros ensayos.
Hasta la orgullosa doña Elvira, la hermana del marqués de San Dionisio, siempre ceñuda y de noble malhumor, como si se creyese postergada por haberse unido con un Dupont, concedía cierta confianza al señor Fermín, escuchándole con gesto semejante a los que había visto en el teatro, cuando una dama se digna conversar con el viejo escudero, confidente de sus pensamientos.
Oiga usted, D. Dionisio dijo Miguel Rivera, que no quitaba del laborioso poeta sus ojos risueños. ¿No le han pasado a usted recado nunca los vecinos? ¿Por qué me lo habían de pasar? preguntó sorprendido Oliveros. ¡Toma! Por el ruido que usted hará en las altas horas de la noche al fabricar sus poemas. Yo no hago ruido ninguno repuso el otro, amoscado. ¡Ah!
Palabra del Dia
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