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Actualizado: 26 de junio de 2025
Los ojos de la madre imploraban al pequeño con desesperada súplica: «Di arzobispo, rey mío.» Para la buena señora, su hijo no podía debutar de otro modo en la carrera de la Iglesia. El notario hablaba, por su parte, con seguridad, sin consultar al interesado.
El joven la estrechó fuertemente contra su pecho sin contestar, porque la emoción le tenía embargado. Cuando estuvo un poco más sereno, le preguntó con voz débil: ¿Me quieres? Con toda mi alma. ¿No fue más que un instante de mal humor? Nada más. ¡Oh, qué rato tan amargo me has hecho pasar! Por todo el oro del mundo no lo pasaría otra vez. ¿No quedas bien pagado, di? Sí, hermosa. Suelta.
Yo el mejor día me iré también, y no quiero que a la hora de morir me atormente la idea de que por culpa nuestra has perdido un bienestar que nosotras no podemos darte.... La voz de la anciana iba siendo más débil cada día, y a la menor emoción se le apagaba hasta hacerse imperceptible. Para calmar a la enferma y dejarla tranquila le dí un abrazo y la besé en la frente.
Yo, con todas las perífrases cultas que me inspiró la cortesía, les dí á entender que los pareceres de ellos se me antojaban igualmente disparatados y que era menester buscar un término medio. ¿Y quién le busca? dijeron ambos. Todos contesté yo pero nadie le ha encontrado todavía.
Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.
Giran sobre sus goznes las puertas de la prisión, y el hombre es recibido por sus guías celestiales, que suben con él en el buque que ha de llevarlo á la bahía de la Salud eterna. Huyen la Muerte y los Pecados, y la Culpa aparece transformada y con vestidos ligeros. ¿Ves cómo fué verdadera La nueva que yo te di?
Di yo con este desatino una gran risada; y él, mirándome a la cara, me dijo: "A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto; que a todos les da gran contento." "Ese tengo yo por cierto le dije de oír cosa tan nueva y tan bien fundada; pero advierta vuestra merced que ya que chupe el agua que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más."
La institutriz se puso un poco pálida, pero dijo con calma sin dejar de sonreir: Te advierto que me estás haciendo daño. Dí, ¿qué es gracioso? ¿qué es gracioso? repitió el conde sacudiéndola rudamente. Vuelvo á decirte que me haces daño. Yo no soy la condesa de Trevia, sino una pobre institutriz. No merezco ser tratada con tanta confianza. El conde aflojó la mano y la miró fijamente.
¿Que no quieres casarte con tu tío? dijo clavándola una mirada aguda. No, señor, no quiero dijo Rosa con firmeza. Padre e hija se miraron un instante a los ojos. Tomás se puso extremadamente pálido. Un relámpago siniestro cruzó por su fisonomía. Después avanzó lentamente y, sacudiéndola por el brazo, le preguntó con ira mal reprimida: ¿Por qué no quieres, di, por qué no quieres?
Sí; ¿no estáis en vuestra casa? ¡En mi casa! Vais á juzgar. ¡Casilda! Apareció la negra. ¿Qué te he dicho hace un momento acerca de este caballero? Que era vuestro... Dí lo que yo te dije. Que era vuestro amo y el mío. Vete. ¡Ah, señora! dijo Montiño, turbado á su pesar por la expresión y el acento de Dorotea.
Palabra del Dia
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