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Actualizado: 12 de julio de 2025


Altos y elegantes chopos ceñían las bien cultivadas llanuras, verdes e iguales, a manera de un collar de esmeraldas. De entre el blanco y limpio caserío se destacaban las torres de los campanarios. Lucía se signaba al verlas. Al pasar por delante de Vitoria un recuerdo acudió a su mente. Se lo trajeron las largas alamedas que adornan y cercan la ciudad.

Llegué por la tarde un poco antes de cerrar la noche. Era el mes de noviembre. Me apeé a cierta distancia de la verja, en pleno bosque. Atravesé el patio de entrada sin ser notado. Al extremo de las habitaciones de servicio a la derecha brillaba luz en las cocinas. Dos ventanas se destacaban luminosas sobre la fachada del castillo.

La costa de Colombia no era ya sino una faja oscura, vaga, fantástica, y las altas torres de la vieja y heróica matrona de la independencia colombiana se destacaban apénas en el horizonte, como puntos blanquecinos ó pequeñas nubes evaporándose de momento en momento.

Se destacaban un instante en lo alto del cerro, empequeñecidas por la distancia, y desaparecían. El Mosco se aproximó a la venta: Cuando queráis... Llevaba en un saquito, colgando del cuello, su tesoro, la bicha, que se apelotonaba en la cárcel de lienzo buscando el calor de su pecho.

Ocupaban en ese momento la cima de la loma, como esa mañana. Sobre el cielo pálido y frío, sus siluetas se destacaban en negro, en mansa y cabizbaja pareja, el malacara delante, el alazán detrás. La atmósfera, ofuscada durante el día por la excesiva luz del sol, adquiría a esa hora crepuscular una transparencia casi fúnebre.

Su gorra negra casi se confundía con el tinte cobrizo y barnizado de su cara, en la que se destacaban los ojos de mirada mansa y una dentadura de rumiante, fuerte y amarillenta, que se descubría al contraerse los labios con sonrisa de estúpido agradecimiento.

Palabras eran de esas que matizan y salpimentan las disputas populares; equivalen al siniestro brillo de la navaja en el aire y al salpicar de sangre soez entre las inmundicias que de un corazón rudo salen a una boca sedienta de injuria. Entre lo que no puede reproducirse se destacaban estas frases. ¡Mi hija muerta!... ¡Cosas malas en el agua!... ¡Esos pillos!...

Quedóse Carmen sola, sentada en el sofá de terciopelo carmesí, muy fofo y deslucido. Sobre la blancura agria de la cal destacaban en las paredes unas láminas cromadas, con marcos de madera un poco apolillados. En lontananza una consola sostenía sendos fanales colmados de flores de trapo, incoloras y deformes.

Pero se marchó y el buen tío, sin voluntad, que se arrastraba siempre a tres pasos detrás de ella, la siguió. En mi triunfo solté una gran carcajada. Pero también, ¿qué venís a hacer, almas codiciosas, en el templo del dolor? ¡Atrás! Vino la noche. Una banda roja, último vestigio del sol poniente, se extendía sobre la ciudad cuyas torres puntiagudas se destacaban negras en el cielo de fuego.

Hacia el fondo, en la lejanía del paisaje, visto a trozos entre grupos de troncos, la niebla, aún no disipada por el sol pálido y débil, formaba un tenue velo gris, sobre el cual destacaban los intrincados arabescos del ramaje seco, los cipreses, cuyo vértice mecía el aire, y las apretadas copas de los pinos.

Palabra del Dia

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