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Y llevándose el frasco a los labios bebió hasta la última gota, lo lanzó después lejos de y apoyando los brazos en la mesa dejó caer sobre ellos la cabeza. Bebimos una vez más a la salud del Rey y es todo lo que recuerdo de aquella noche. Que no es poco recordar. Al despertarme no hubiera podido decir si había dormido un minuto o un año.

El señor subprefecto, despechugado como un bohemio, estaba echado boca abajo sobre la hierba. Habíase quitado la casaca, y mascando flores, el señor subprefecto componía versos. Al despertarme el domingo último e incorporarme en el lecho, creí, por un instante, que estaba en la calle del Faubourg-Montmartre. Llovía; el cielo estaba gris; el molino triste.

Creía ver a la muerte en persona, tal como los imagineros de la Edad Media la habían representado en los misales. Si me duermo pensaba , nadie vendrá a despertarme; me han dejado aquí para que me muera. Un gran reloj de Boule marcaba las horas sobre la chimenea. Los golpes secos del péndulo, la regularidad inflexible del movimiento, le crispaban los nervios: rogó a la condesa que parase el reloj.

¡Mi amo! dice el otro, mirándolo con el rabillo del ojo por debajo de la visera de su gorra... Llevo veintiocho años a vuestro servicio... y vuestro difunto padre ha sido siempre bueno conmigo... ¿Para contarme eso has venido a despertarme a media noche?...

Pero permítame quedarme aquí una hora más. Y se sentó a mi mesa para preparar un trabajo que debía quedar terminado aquella mañana misma. No advertí cuándo salió de mi cuarto. Desapareció con tanto silencio que al despertarme parecíame haber soñado toda una historia austera y conmovedora cuya moraleja se dirigía a . Aquella misma mañana volvió.

Con esto y una risotada se apartó de , y echó cambera abajo en demanda de su puchera. Con los sueños que yo cogía tras de las fatigas que me daba por los montes del contorno, le costó a Chisco Dios y ayuda despertarme al día... ¡qué digo día! a lo más espeso y tenebroso de la noche siguiente.

Transcurrieron algunos instantes de silencio. Tristán habló al fin con voz sorda: Un destino fatal parece descender de lo alto para interponerse constantemente entre la felicidad y yo. Su mano fría me sacude con rudeza para despertarme de todo sueño dichoso, de toda dulce ilusión.

Dígolo porque no solamente me pasé el resto de aquella tarde y una buena parte de la noche dando vueltas al que me había regalado Neluco, para «ver lo que tenía dentro», sino que al despertarme al otro día, lo primero que se me metió entre los cascos del meollo fue la duda de si era o no la nieta del gigante de la Castañalera tan guapa y tan donosa en realidad como el médico me la había pintado y la había visto yo cuando me interesaba menos que entonces; y con esta duda, el propósito firme de ir a aclararla con mis propios ojos en cuanto me levantara... «Porque lo que yo me decía , no es que me importe dos cominos, en definitiva, la aclaración; no es que me llegue al alma por ninguna parte la persona, pero me interesa mucho el caso.

Todo lo más que yo puedo hacer respondió , es evitarle sufrimientos en sus últimos días. ¡Pobre pequeña! Figúrese usted, querido doctor, que tose todas las noches hasta despertarme. Debe sufrir horriblemente, aunque trate de ocultarlo. Si no hay ninguna esperanza, su última hora será la del descanso.

Ni he tenido yo como don Juan la fortuna de encontrarme dentro de un jardín tal como vos, que si encontrádome hubiera, echado me habría á su sombra sin que cosa en el mundo fuera bastante á despertarme del sueño.