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Actualizado: 14 de junio de 2025
¿Esperas, para decidirte, verlo en París en traje de ciudad? ¿Temes otra desilusión como la que tuvimos el año pasado, al encontrar de levita y sombrero alto, a aquel Marcelo Mingot que nos había parecido tan bien aquí, con su gran fieltro gris y su elegante traje de ciclista?
La desilusión, la esperanza perdida, le trajo a la vida monástica. En ambos reinos, unidos ya bajo el centro de Isabel y Fernando, había cambiado todo y era menester que Morsamor también cambiase. La paz y el orden con enérgica severidad habían venido a sobreponerse a la confusión y al alboroto que estimulaban tanto la ambición y la codicia.
Por la doble escalinata de la basílica subían y descendían mujeres vestidas de blanco, con un temblor de tocas que les daba de lejos el aspecto de palomas aleteantes. Eran enfermeras, damas de la Caridad guiando los pasos de los heridos. Desnoyers creyó reconocer á Margarita en cada una de ellas. Pero la desilusión que seguía á tales descubrimientos le hizo dudar del éxito de su viaje.
Era una fea historia de pasión vulgar, de ilusión y de desilusión, que no hay para qué sacar de la celda secreta de los recuerdos amargos de Godfrey. Este sabía desde hacía tiempo que le había sido debida en parte a un lazo que le tendió Dunstan, quien había visto en aquel casamiento degradante de su hermano el medio de satisfacer a su vez su odio celoso y su codicia.
Aquella había sido la época romántica de su existencia. ¡Luchar por formas de gobierno!... En el mundo había algo más. Y Salvatierra recordaba su desilusión en la corta República del 73, que nada pudo hacer, ni de nada sirvió. Sus compañeros de la Asamblea, que cada semana tumbaban un gobierno y creaban otro para entretenerse, habían querido hacerle ministro. ¿Ministro él? ¿Y para qué?
Tal es, lectores, la escena de ese calvario durísimo, de ese triunfo inane y filante, de esa victoria aniquiladora y cruel como una derrota, por la que suspiran tantos autores y en la que sólo hay la desilusión de un gran dolor: «el dolor de estrenar...»
¡Otra vez! exclamó la abuela con alguna impaciencia. ¿Soy yo, a mi edad, quien debe recordarte las ilusiones de la tuya?... Dios mío, qué desabridas y singulares son esas muchachas... No es culpa mía. La desilusión y la singularidad están en el aire que se respira. Empiezo a creerlo replicó la abuela descontenta.
Sin duda, el engaño no se le había presentado evidente de improviso: mientras el Príncipe había continuado amándola, ella había seguido esperando: creyéndolo, sintiéndolo su esposo en el alma, en la sinceridad de la conciencia, había esperado por largo tiempo, llena de esperanza. Y la desconfianza moral ¿había precedido, o seguido a la desilusión sentimental?
Esta pandereta, con la chula tocando la guitarra, para miss Newton. Si ella viera los originales, ¡qué desilusión!
En aquel momento trataba de identificar este ideal con la persona de Huberto; pero al mismo tiempo desconfiaba de él, deseaba que no se declarase, ante el temor de que una brusca desilusión no la hiciese caer en la realidad. Aspiraba con pasión a encontrar una alma simple, enérgica, y un vago presentimiento la hacía temer que no encontraría lo que buscaba en lo que Huberto iba a revelarle.
Palabra del Dia
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