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Era de Reynoso; se informaba de su salud, de la de su madre y amigos de la casa, le hablaba en tono jocoso de su viaje, de su vida en aquellas soledades; por último, antes de despedirse le decía que había llegado a sus oídos por medio de un paisano recién desembarcado que se casaba. Le daba la enhorabuena y lo mismo a su mamá y le deseaba toda suerte de felicidades. Elena tuvo una inspiración.

El rey Fernando estaba en Sevilla, aguardando a la Reina que se le debía reunir, después de haber visitado las provincias vecinas. »Detúveme en Cartagena, donde había desembarcado, y allí descansé de mi viaje. Mi posada estaba cerca de la iglesia, y mis ventanas, como todas las de la calle, estaban colgadas de tapicerías y adornadas de flores.

Corre muy válida la voz de que la Francia está dividida en tres partidos: borbónico, republicano y bonapartistaTambién dice que han desembarcado en Rosas 11.000 hombres con armas, que vienen de Mallorca. ¡Tres partidos! gritó el Marqués diplomático, mirando a D. José María. ¡Tres partidos! Ya lo sabía.

El miedo cundió por las islas, el cual bien pronto fué acompañado del supersticioso terror que produjo en los naturales la vista de un caballo que se había desembarcado del navío San Antonio, por disposición de su Almirante Monfort, el cual prestó hombres y recursos á la obra de la conquista.

Este corto diálogo basta para que el lector menos avisado conozca de qué se trata. El virrey había llegado a Lima en enero de 1639, y dos meses más tarde su bellísima y joven esposa doña Francisca Henríquez de Ribera, a la que había desembarcado en Paita para no exponerla a los azares de un probable combate naval con los piratas.

Teníamos la retirada marina á marina, llana y descubierta, y no era lejos del fuerte más de dos millas el lugar donde los turcos habían desembarcado, que era en los mismos pozos donde nosotros habíamos estado diez días, y teníamos más de 70 caballos, con los de la compañía, y los caballos que había dejado el Visorrey y otros caballeros, no teniéndolos los enemigos ni los de la isla caballos con que enojarnos, porque aún no eran llegados los caballos alarbes que esperaban; y si se dejó por entretener allí la armada, porque no fuese á hacer mal en Sicilia ó en el reino de Nápoles, el mejor entretenimiento fuera matarle la gente, de manera que no la pudiera echar en tierra, y tuviera harto que guardar sus galeras con los que llevaba.

Habíase con él desembarcado Alguna de la gente que venia En el navío á vueltas: un soldado, Por no que temor, de él se huia: Por engaño y palabras ya tornado, En dos partes por medio le partia, Y cuelga la mitad con la cabeza En un palo, y en otro la otra pieza. El piloto mayor, y marineros Al viento dan las velas, temerosos De ver aquestos locos desafueros, Y al Paraná se vienen recelosos.

Al pasar de zapatero con tienda puesta a zapatero de portal, era para él como si después de un largo viaje por mar, y tras inquietudes, amenazas y agonías, llegase a puerto, y, ya desembarcado del grande y temeroso navío, hubiera ido a cobijarse definitivamente en una de esas lanchitas que, asentadas quilla arriba sobre la playa, sirven de vivienda a los marineros retirados.

Amparo narraba animadamente; los delegados de Cantabria habían desembarcado entre inmenso gentío que llenaba el muelle y la ribera: ella pensó por la mañana alumbrar en la octava de San Hilario; pero ¡qué octava ni octava!, en cuanto supo la venida del buque, allá se plantó, en el desembarcadero, abriéndose calle a codazos.... Los delegados son unos señores..., ¡vaya!, de mucho trato y de mucho mundo: ¡saludan a todos y se ríen para todos!, ¡republicanos de corazón, ea!