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Actualizado: 3 de junio de 2025
En el puerto de Río Janeiro, después de cuarenta días de parada, desaparecían ya los botes bajo los tubulares que de ellos se habían apoderado; un estrecho inmediato á Australia contaba antes veintiséis islotes, y á la fecha hay ciento cincuenta bien establecidos, anunciando el Almirantazgo inglés que son en mayor número y que dentro de veinte años en toda su longitud de cuarenta leguas será impracticable.
Los fardos saltaban de la cubierta: caían en el agua, donde los recogían los hombres descalzos y las mujeres con la falda entre las piernas; unos desaparecían por aquí; otros se iban por allá; fué aquello visto y no visto, y en poco rato desapareció el cargamento, como si lo hubiera tragado la arena. Una oleada de tabaco inundaba á Torresalinas, filtrándose en todas las casas.
Por las pendientes que desaparecían girando según avanzaban los vagones, había aldeanas tiesas en medio de sus rebaños, vestidas con sayas coloradas y corpiños de terciopelo, y los árboles eran tan verdes en derredor suyo, que parecía todo aquello una pastorela sacada de una de esas cajitas de abeto, que tan bien huelen a resina y a pino, de los bosques del Norte.
Los antiguos escrúpulos de seminarista desaparecían ahogados bajo la corteza de hombre de horda con que la guerra le endurecía. Doña Blanca, la cuñada del «rey», pasó ante él como una figura novelesca.
Así, cuando algunos días después del baile, Juan acompañó a los Aubry de Chanzelles a la estación, la joven no se sorprendió de encontrar un ramo de soberbias rosas, cuyos tallos desaparecían en un artístico vaso de cristal, en el vagón que el señor Aubry había encargado para el viaje, como tampoco se admiró de hallar helados de aromas variados, en las pequeñas cajas de metal blanco, que Boissier ha puesto a la moda en el teatro.
A Miranda le sentaban bien las aguas: desaparecían los tonos marchitos de su piel, bajo la cual comenzaba a infiltrarse un poco de sangre y grasa, dándole esa frescura trasnochada, gala de las cincuentonas obesas que están todavía de buen ver.
Por el claustro se deslizaban a lo largo de las paredes, con la melancolía del hambre, varios chicuelos de cabeza enorme y delgado cuello, siempre enfermos y sin llegar nunca a morirse, afligidos por extrañas dolencias de la anemia, por bultos que surgían y desaparecían en la cara, y costras asquerosas que cubrían sus manos.
A cierta distancia delante de nosotros, las ondas borbotaban, espumaban y desaparecían repentinamente; la rota línea del río se dibujaba á través de un humo blanquecino sobre un fondo lejano de confuso verdor.
Las tertulias se reunían en aquellos patios deliciosos, en que las hermosas fuentes de mármol, con sus juguetones saltaderos, desaparecían detrás de una gran masa de tiestos de flores. Pendían del techo de los corredores, que guarnecían el patio, grandes faroles, o bombas de cristal, que esparcían en torno torrentes de luz.
Las paredes altísimas, simplemente enjalbegadas de cal, desaparecían en unas piezas bajo filas de cuadros antiguos, y en otras detrás de ricas colgaduras de colores vivos que el tiempo no lograba apagar.
Palabra del Dia
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