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Actualizado: 3 de junio de 2025
Algunos de sus vecinos se levantaron, deslizándose por la gran escalera con balaustres de tallada caoba, que venía a terminar en la puerta del jardín de invierno. Abríanse grandes claros en la concurrencia. Desaparecían las gentes con discreción, en suave retirada, sin que se enterasen los demás de por dónde habían escapado.
Desaparecían los bocados entre sus labios de rosa sin dejar huella de su paso; funcionaban sus mandíbulas sin que este gesto disminuyese la hermosa serenidad del rostro; llevábase la copa a la boca sin que la más leve gota de líquido quedase como perla de color en sus comisuras. Así comían seguramente las diosas.
Era en la tarde, después del almuerzo, cuando desaparecían muchos pasajeros, adormecidos y abrumados por el calor, buscando continuar la siesta en el camarote bajo el soplo de los ventiladores.
Las casas desaparecían entre el oleaje de torres, cúpulas y ábsides. Era imposible volver la vista a punto alguno sin tropezar con parroquias, iglesias, conventos y antiguos hospitales. La religión había absorbido al Toledo industrioso de otros siglos, y aún guardaba bajo su caparazón de piedra a la ciudad muerta. En algunos campanarios ondeaba un banderín rojo con un cáliz blanco.
Desnoyers sólo había estado dos veces allí, á la ida y al regreso de su viaje á Alemania. Otros emprendían ahora el mismo camino. Las muchedumbres populares iban acudiendo de los extremos de la ciudad para ver cómo desaparecían en el interior de la estación masas humanas de contornos geométricos, uniformemente vestidas, con relámpagos de acero y cadencioso acompañamiento de choques metálicos.
Esta zona era la de las grandes pescas, y llegaba hasta doscientos metros de fondo, profundidad en la que se pierden los rayos del sol. Más allá cesaba la luz, desaparecían las plantas, y con ellas los animales herbívoros.
Mientras tanto, crecían los apuros de la casa, haciéndose más difícil la existencia de los dos. Los adornos de su bienestar desaparecían: quedaba ya muy poco de la primitiva instalación. Isidro, más versado, por su antigua vida, en el arte de defenderse de la miseria, era el encargado de liquidar la escasa fortuna. Pieza a pieza, vendíalo todo.
Los fuertes se armaban con nuevos cañones; desaparecían bajo los picos de la demolición oficial las casuchas elevadas en la zona de tiro durante los años de paz; los árboles de las avenidas exteriores caían cortados para ensanchar el horizonte; barricadas de sacos de tierra y de troncos obstruían las puertas de las antiguas murallas.
Los dos hombres se creían náufragos abandonados en un mar sin límites, en una noche eterna, sin otra compañía que la llama rojiza que serpenteaba en la proa y aquellas vegetaciones sumergidas que aparecían y desaparecían como los objetos vistos desde un tren a gran velocidad. Boga, Cupido dijo Rafael. La corriente es muy fuerte; aún estamos en el río.
Y mientras tanto, los calafates, brocha en mano, pinta que pinta. El cañonero echó anclas al mismo tiempo que desaparecían en la entrada del pueblo los últimos despojos de la barca. Yo me quedé en este sitio, queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba á unos amigos que echaban al mar una lancha de pesca.
Palabra del Dia
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