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Actualizado: 19 de octubre de 2025
¡Y yo que no quería venir! exclamó Popito . Tu larga ausencia y la falta de noticias me tenían desalentada. Prefería pasar la tarde sumiéndome en el estudio, para no pensar en nuestra situación. Al fin, la curiosidad de ver al Hombre-Montaña y un indefinible presentimiento me arrastraron hasta aquí. ¡Qué desgracia si no hubiese venido!...
Cuando regresaron, ella desalentada y pesarosa, él tieso y humeante, D.ª Laura recibió a su digno esposo con endemoniado gesto, y le dijo: «Quita allá; vicioso... Ya tenemos la chimenea encendida. ¡Contenta me tienes! Tú, con mirarte al espejo y chupar el maldito coracero, crees que no hace falta nada más. Mejor trabajaras...». Capítulo VIII Don José y su familia
Buscando estaba Roger el vado cuando vió venir por el lado opuesto á una pobre mujer cargada de años y achaques, que por dos veces trató inútilmente de poner el pie sobre una ancha piedra plana colocada en medio del arroyo. Roger la vió sentarse desalentada en el ribazo y cruzando el vado se le acercó y le ofreció ayudarla. Venid, buena mujer; el paso no es tan difícil como parece.
Pero suponiendo, contra todo lo que debía creerse, que hubiera grandes motivos para que conmigo fuera tan tenaz en su reserva, y confesando que no tenía derecho alguno para que me mirara con blandos ojos, ¿por qué se mostraba tan triste, desalentada y taciturna delante de Ángel como de mí? Que fuera inclemente conmigo, se comprendía; ¡pero con él!...
¿Tengo yo alguna culpa de tu desgracia? terminó preguntando . ¿Soy ahora otro hombre que la última vez que nos vimos? Ella movió la cabeza tristemente. No podría convencer á Miguel por más que hablase; era superior á sus fuerzas el explicar sus nuevos sentimientos. Parecía desalentada ante el obstáculo que se había interpuesto entre los dos.
Lo más particular fue que si cuando la fisonomía del Pituso estaba embadurnada creyó Jacinta advertir en ella un gran parecido con Juanito Santa Cruz, al mirarla en su natural ser, aunque no efectivamente limpia, el parecido se había desvanecido. «No se parece» pensaba entre alegre y desalentada, cuando Izquierdo le señaló la puerta para que entrase.
Retíreme a mi cuarto a meditar el misantrópico axioma enunciado por Susana, bastante desalentada, pensando que yo no valía gran cosa, y que a mis desconocidos amigos, los hombres, se les daba el humillante valor del cero. Sin embargo, mis estudios me parecieron insuficientes y decidí continuarlos con ayuda de las novelas de la biblioteca.
Desalentada con estas dificultades, separose Benina de su amigo, por la prisa que tenía de reunir algunas perras con que completar lo que para las obligaciones de aquel día necesitaba, y no pudiendo esperar ya cosa alguna del crédito, se puso a pedir en la esquina de la calle de San Millán, junto a la puerta del café de los Naranjeros, importunando a los transeúntes con el relato de sus desdichas: que acababa de salir del hospital, que su marido se había caído de un andamio, que no había comido en tres semanas, y otras cosas que partían los corazones.
Pero los coscorrones a más de que pueden descompaginar los sesos, no han sido nunca eficaz remedio de amores degradados, y me dejé caer sobre un sofá profundamente desalentada. Como en otras circunstancias análogas, me acordé de frases y detalles, que según yo me decía, debían de haberme dado luz, no digo, una vez, sino veinte.
Pero cuando la sangre regenerada circule por sus venas, cuando el aire del cielo ensanche su pecho, cuando los perfumes generosos de la campiña hablen a su corazón y hagan latir sus sienes, cuando el pan y el vino, esos presentes de Dios, hayan reparado sus fuerzas, cuando un ardor impaciente la haga correr desalentada bajo los grandes naranjos del jardín, entonces entrará en una nueva belleza... y don Diego tiene ojos.
Palabra del Dia
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