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Actualizado: 28 de junio de 2025
Pero mi vanidad fue cruelmente castigada, porque advertí un día que se me hacía repetir con demasiada frecuencia mis desgracias. Más desconfiado, estudié aquellas almas generosas, y escuché las reflexiones que hacían nacer mis confesiones. Entonces pude apreciar el interés que se tenía por el hombre que ha sufrido mucho. Al principio quedé anonadado, después me dio risa.
D. Alvaro quiso quedar en el fuerte, como dice; pero no quedó tan desesperado de defenderse, y las vituallas y municiones fueron en demasiado número, y no siendo socorrido, de necesidad se había de perder por falta de agua, teniéndose dentro la gente que salió de las galeras, á lo menos la inútil; y esto se ve claro, pues nunca se perdió por fuerza, sino por desfallescer las fuerzas á la gente que estaba dentro, que, como demasiada, se bebió el agua antes de tiempo, y no tanto antes que no se tuviesen tres meses.
En tal sentido puede decirse que escribió muchas páginas inútiles; pero no es esto aceptar aquella imputación de mal gusto e inoportunidad que le echaron al rostro por haber dado demasiada importancia a la cuestión religiosa. Ella la tiene, sin duda, para preocupar a escritores y pensadores, y Álvarez estuvo en lo cierto; ya nos ocuparemos luego de ello.
Jamas el hombre medita demasiado sobre los secretos de su corazon; jamas desplega demasiada vigilancia para guardar las mil puertas por donde se introduce la iniquidad; jamas se precave demasiado contra las innumerables asechanzas con que él se combate á sí propio.
Ricote y su hija salieron a recebirle: el padre con lágrimas y la hija con honestidad. No se abrazaron unos a otros, porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. Las dos bellezas juntas de don Gregorio y Ana Félix admiraron en particular a todos juntos los que presentes estaban.
La mayor parte estaban escritos con lápiz, porque el poeta los estampó tímidamente o porque desdeñó prestarles demasiada permanencia trazándolos en forma que los perpetuase sobre el muro. Monogramas, en los cuales la misma mayúscula se enlazaba con una D, se destacaban sobre el primer verso de muchas de aquellas poesías de acepción más definida, recuerdos de época más reciente sin duda.
Leonora conocía todos los rincones del mundo. Nada de Niza ni de las otras ciudades de la Costa Azul, bonitas, coquetas, empolvadas y pintadas como una dama que sale del tocador. Encontrarían en ellas demasiada gente. Venecia les convenía más.
Al pie de una fuente clara tu cabeza reposará por las tardes sobre mi hombro, y el aire de la montaña, cargado de aromas, jugará otra vez con esos bucles de oro... ¡Calla, calla...! Es demasiada felicidad. ¡Yo me ahogo! Aún quedan para ti días de sol en la vida, Elena mía. Para mí nunca ha dejado de lucir, porque lo llevo en el corazón. Huyamos, huyamos hacia la dicha.
Quiero dijo el duque que sepas mis faltas, juzgadas por el mundo con demasiada severidad, mi justificación y mi arrepentimiento. Hagamos un pacto dijo la duquesa interrumpiéndole . No me hables nunca de tus faltas y yo no te hablaré nunca de mis penas. En este momento entró Ángel corriendo.
Un criollo bastonero era inconmovible, y, sobre todo, tenía demasiada admiración por las elevadas funciones que desempeñaba para entrar en familiaridades con nadie. ¡Baste decir que ni a sus sobrinos tuteaba en esos momentos, por no rebajar su autoridad!
Palabra del Dia
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