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Actualizado: 28 de junio de 2025


Sabía que al Vivero iban todos aquellos locos, Visitación, Obdulia, Paco, Mesía, a divertirse con demasiada libertad, a imitar muy a lo vivo los juegos infantiles. Ripamilán se lo había dicho varias veces.

La gran intimidad en que acabamos de vivir todos, podría engañarlo sobre la naturaleza de la simpatía que usted me inspira o que yo le inspiro a usted. ¿Por qué dice usted eso? Porque me temo que usted da demasiada importancia a una atracción, muy real, sin duda, pero cuyas bases son todavía demasiado frágiles para implicar un sentimiento serio.

¡Dios mío, Lolita! exclamó Fuentes . Si usted, como es ahora, causa tales estragos en los corazones masculinos, ¡qué va a suceder cuando lleve cuatro o cinco meses con un régimen de arsénico! Señor Ballesteros, no consienta usted que lo tome: es tratarnos con demasiada crueldad.

Entonces, tómame por el cuello. Tienes demasiada harina encima. ¡Vaya una mujer de molinero, que tiene miedo a la harina! dice Juan en tono burlón. Deja concluye ella, que ya llegará la hora en que ponga a prueba tus habilidades de jugador.

Con prontitud se quitó su abrigo, y Juan pudo admirar, en su exquisita perfección, un cuerpo maravillosamente flexible y gracioso. Miss Percival, quitose en seguida el sombrero, pero con demasiada rapidez; pues fue la señal de un precioso desorden.

Allí hubiera querido ver á los señores académicos é ingenieros que miden con tanta precisión los combates del Océano. Nadie debe, sentado en su bufete, poner en cuarentena con tal ligereza la veracidad de tanto hombre intrépido, encallecido por el trabajo y resignado, que ve con demasiada frecuencia la muerte á su lado para tener la pueril vanidad de exagerar sus peligros.

Mas no se crea que a nuestro joven se le daba un ardite de la morenita. La prueba de ello es que en toda la semana volvía a acordarse de su figura ni del santo de su nombre. Creía estar a demasiada altura en achaques de amor para ir a enamorarse en un dos por tres de una muchacha morena que enciende un hacha de cera en misa.

Fue así como llegó a comprender que su marido era efectivamente, como lo había oído decir, un tirador diestro, de una solidez y una fuerza muy notables, y que hasta entonces no había otro que pudiera competir con él sin demasiada desigualdad, sino el señor de Monthélin, hasta llegar a tener ventaja sobre el barón, en dos o tres asaltos, lo que le valió de Juana algunas palabras amables.

, lo mandó; te lo juro, Carmen. A no me dijo nada. Pero me lo dijo a todo; eras muy pequeña para hablarte de estas cosas; además temía darte demasiada aflicción. El quiso que fueras muy dichosa, todo lo más que sea posible, y que nunca le olvidases. No, nunca repitió la niña sollozando. Y, con voz firme, añadió después: Yo haré todo cuanto él dejó mandado...; seré muy buena.

Catalina Lefèvre, sola, seria y callada, pensaba en los pasados tiempos, mientras vigilaba con aspecto impasible las idas y venidas del pequeño mundo que la rodeaba. Aquella mujer tenía demasiada edad y era demasiado seria para olvidar en un día lo que le había tan vivamente conmovido.

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