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Esto que nos pasa, te lo anuncié yo, Bernardino dijo gimoteando la señora, ibas a galope, demasiado de prisa. Luego la Bolsa... Mira, eso que dicen de la Bolsa son estupideces; hoy se gana, mañana se pierde: pues lo que se hace es asegurarse del hoy, y cuando se le tiene, no dejarlo escapar por ir a tentar el mañana. ¡Eso! ¿Ves? No escarmientas, Bernardino, y me temo que ésta no sea la última.

Acordose al oír esto Benina de lo más importante que tenía que decir a su señora aquella noche, y no queriendo dejarlo para última hora, por temor a que se desvelara, antes de que salieran de la cocina, y mientras una y otra recogían las escasas piezas de loza para fregarlas, no desdeñándose Doña Francisca de este bajo servicio, le dijo en el tono más natural que usar sabía: «¡Ah! ya no me acordaba... ¡qué cabeza tengo!

Fue así como he procedido con Aarón, porque era tan débil para con mi niño menor, que no podía soportar la idea de castigarlo. No tenía alma para dejarlo más de un minuto en la carbonera, pues era lo bastante para tiznar por completo al niño, de modo que había que lavarlo y vestirlo de nuevo. Eso le hacía tanto bien como el látigo, podéis creerme.

Los cabellos del lector se erizarán seguramente al representarse lo que allí pasaría después de este acto bárbaro e inaudito. Acaso sería conveniente dejarlo en suspenso como la famosa batalla del héroe manchego y el vizcaíno. Sin embargo, para no atormentar su curiosidad inútilmente, nos apresuramos a decir lo que pasó desdeñando este recurso de efecto.

El de abajo era el nuevo, el de los días de fiesta y lo desenfundaba cuando iba a Jerez. En los días de labor, no osaba dejarlo en el cortijo por miedo a los compañeros, que se permitían toda clase de burlas con él porque era «un pobrecito gitano», y lo cubría con el viejo para que no perdiese el color gris y sedoso que era su orgullo.

¡Pero si llevas ya cinco días!... ¿A cuándo aguardas para dejarlo?... No me lo hubiera yo puesto diez minutos por Juanito Velarde, porque por más que digas, era muy soso, hija, muy sosito. Entonces, me pondré esta noche medio luto... Justamente tengo un vestido sin estrenar, blanco y negro; es bonito, pero no creo que pueda servir para otra cosa.

Pero aún tuvo aquel hombre fuerza y serenidad para retroceder algunos pasos: arrastró al chico, y al dejarlo en salvo sobre el piso de la nave, cayó rendido a la violencia del dolor. Recogiéronle sus compañeros, y por no tener enfermería la fábrica, le llevaron sentado en una silla al hospital cercano, donde aquella misma tarde hubo que desarticularle el codo.

Tomás estaba ya menos asustado, pero al oír estas palabras recibió un fuerte desengaño: siempre había pensado heredar a su hermano. Procuró, sin embargo, no dejarlo traslucir, y contestó vagamente, siempre con la vista fija en el suelo: ... ... si te parece...

Al cabo, aburrido de tanta perplejidad, resolvió dejarlo en la cuadra bien cerca de la puerta para poder tomarlo al instante cuando le pluguiese. Antes de salir le dió pienso. Lucero quedó maravillado de la enorme cantidad de cebada que le echó en el pesebre. ¡Este chico se va á arruinar! Con tanta cebada había para seis veces.

«Nada, nada se decía don Juan poco después, haciendo preparativos de viaje , la carta, el dinero y tierra por medio. Con esto y con que no lo quiera tomar...; sería la primera. ¿Cómo se lo doy, y cuánto le dejo? Dejarlo..., en un talón contra el Banco, para que lo cobre aquí o en Madrid...; lo difícil de precisar es el cuánto. Por supuesto que a ninguna se lo he dado con tanto gusto.