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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Elena, que en sus horas de soledad era una fumadora insaciable, cuando se cansaba de ir con el cigarrillo en la boca de una á otra pieza examinando los adornos y comodidades de su nueva casa, abría el piano, dejando que sus dedos corriesen sobre las teclas.

El interrogado que por otra parte, parecía estar deseando que se le hiciera semejante pregunta, llevó la diestra al bolsillo interior de su levita; después á uno de los del chaleco; ocultó entre sus dedos una moneda, y sonriendo con expresión de triunfo, exclamó, alzando progresivamente la voz: Aquí está la carta ... y aquí esto...; ¿lo ven bien?

Leí en el rostro de Marta el deseo de no lastimar mi susceptibilidad. Entonces hasta mañana dijo en voz baja apretándome los dedos, y mañana verás la falta que nos haces, comprenderás que sería necesario que fuéramos locos, para dejarte partir nuevamente. ¿No es verdad, Roberto? ¡Seguro, con toda seguridad! dijo él soltando una carcajada que me pareció singularmente forzada.

Pero aunque Jaramillo no había frecuentado la escuela, sabía que tres son más que dos, y estaba seguro de que, conservando las tres plumas, su poder resultaría más grande. Además, no podía admitir que Morales, luego de conservar sus dedos completos, quisiera igualarse con él. Le gustaba tenerlo bajo el imperio de su superioridad. Y efectivamente, Morales empezó á sentirse esclavo.

Parecía que los dedos eran bocas, y que estas bocas tenían hambre atrasada por las muchas notas que se comían. En ciertas escalas difíciles algunas notas se anticipaban a sus predecesoras y otras se quedaban rezagadas; pero cuando llegaba un efecto fácil, la pianista decía «aquí que no peco», y se indemnizaba de las pifias que cometiera antes.

Al ver entre el follaje marchito de los árboles blanquear la casa de Rosa, se sintió aún peor impresionado. Acercose cautelosamente a ella, se escondió detrás de un árbol, y metiendo los dedos en la boca lanzó un silbido agudo y prolongado. A silbar de este modo le había enseñado su amigo Celesto en las correrías nocturnas que hicieran allá en la primavera.

Y la anchura y la rectitud de su frente revelaban poco común inteligencia. Se notaba en todo su aspecto un no qué de bondadoso, de simpático y de egregiamente distinguido. Sus manos sin guantes, aunque fuertes y varoniles, eran aristocráticas, muy cuidadas y bonitas, con dedos afilados en la extremidad y encanutadas las uñas, en vez de ser cortas y chatas.

¡Mejor está la nata! repone su camarada. ¿Te la comiste? ¡Corcía!...; ¡toa la apandé con el deo! En aquel instante recuerda con susto el primero que su padre arma el gran escándalo cada vez que falta la nata á su ración diaria de leche, y que sus costillas conservan más de un testimonio de tan borrascosos sucesos, impresos por los dedos paternales.

Que si era yo la primera cocinera de toda la Europa... que si por vergüenza no se chupaban los dedos... ¿Y después? Una pepitoria que ya la quisieran para los ángeles del cielo. Luego, calamares en su tinta... luego...

Los tertulios todos, exceptuando á Octavio, reían con estrépito. Paco Ruiz tomaba con la punta de los dedos, y como temiendo mancharse, una moneda del plato y figuraba morderla con mucha delicadeza, diciendo: Están muy buenas, D.ª Feliciana; ¿las ha hecho usted? No podía usted ofrecerme regalo mejor, señora.

Palabra del Dia

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