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Actualizado: 27 de junio de 2025


Pues no puedo leerlo sin que se me levante dolor de ojos y de cabeza. ¡Dios me perdone! Y cuanta más atención pongo, peor. Pero acaba usted de decirnos que a Belarmino no le perjudica tanta lectura porque es de libros que no entiende. ¡Quién lo dijera! Lo natural parece lo contrario. Pues, ve ahí; tiene usted razón.

Por muy justa que sea la idea que tiene de la inmortalidad del alma, no por eso se aflige menos el hombre ante el espectáculo de esas muertes frecuentes, de las crisis que á cada momento quiebran la vida. El mar parece hacer gala de ese triunfo. Cada vez que á él nos acercamos, parece decirnos desde el fondo de su inmutabilidad: «Mañana dejarás de ser, y yo soy eterno.

Novelar es bucear, inquirir. Una buena novela es un laboratorio. Hablan los personajes, y el autor debe decirnos por qué hablan así, ó lo que es igual, cuáles sean sus sentimientos; y remontándose, habrá luego de explicarnos también por qué sienten de aquel modo y no de otro diferente, lo que inmediatamente le obligará á internarse por las selvas obscuras de la herencia.

Uno de los generales, que fué mi amo durante seis meses, al ver la polvareda levantada por unos cuantos centenares de enemigos, se volvía siempre hacia nosotros, los de su Estado Mayor, para decirnos con aire inspirado: Napoleón, en este caso, hubiera hecho seguramente lo que yo.... Y hacía lo que hubiese hecho Napoleón. ¡Ay, amigos míos!

Y un inglés pequeñito continuó Maltrana , que usted habrá visto con su traje a cuadros y su pipa, derramaba lágrimas en la copa, repitiendo con una incoherencia obstinada de beodo: «Yo he entrado en el buque con el corazón puro, y puro quiero sacarlo de él...». El mayordomo entraba a cada rato para decirnos que eran las dos, que eran las tres, que eran las cuatro, y había que cerrar el fumadero; pero nadie le entendía.

Peleó en media docena de revoluciones en los países de Centro y Sud América y solía decirnos que, en cierta ocasión, los rebeldes de Guatemala lo habían elegido su ministro de comercio. confirmé yo era un hombre muy notable en muchos conceptos con una historia muy notable también.

A las diez salimos del famoso Restaurant-Champeaux, y por señas que mi mujer y yo caminábamos sin decirnos oste ni moste. ¿Por qué tal silencio? Preguntará tal vez algun curioso. ¡Ay, lector, lector de nuestra alma! Ordinariamente no hablamos, despues que somos ... sorprendidos. La escena del Restaurant nos dejó mudos.

Ya hablaremos de esto más adelante. Siéntese en ese sillón, porque tenemos que decirnos muchas cosas. DORA. ¿Usted qué sabe? JULIA. Hace poco tenía yo un presentimiento. Y pensaba: «Hay una señora Stowe, de Chicago, que vendrá a verme una de estas tardes para pedirme algunas lecciones.

En segundo término y en el fondo, el jardín, con grandes árboles y macizos de flores. Del centro parten tres paseos en curvas. El de la izquierda conduce a la calle. Sillas de hierro. Es de día. ELECTRA, PATROS, con una cesta de flores que acaban de coger. Déjame aquí las flores y toma la carta. Y van tres hoy. No caben en el tiempo las infinitas cosas que Máximo y yo tenemos que decirnos.

Aquellas reticencias respecto a Gloria, con que no contaba, me molestaron más aún que el discurso de don Oscar, que se apresuró a tomar la palabra, diciendo: No estoy conforme con casi nada de lo que acaba de decirnos este caballerito. Ha hablado bastante, y a pesar de traerlo aprendido de memoria, he observado mucha confusión y mucho desorden en su perorata.

Palabra del Dia

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