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Lo mismo era verla que ya perdía su continente grave y reposado: saltaba y brincaba y movía la cola haciendo mil suertes de carocas lo mismo que un ruin cachorro. Algunas veces, sin decir oste ni moste, le ponía las patas sobre el pecho, y en poco estaba que no la hiciese caer; otras, cuando la veía sentada en el campo, se acercaba sigilosamente por detrás y le pasaba la lengua por la cara.
De rondón, y sin decir oste ni moste, se entró en mi casa y en mi cuarto para asaltar mi honestidad, cuando estaba mi marido ausente. ¡En qué peligro me he encontrado! ¡Qué compromiso el mío y el suyo! D. Gregorio llegó cuando menos lo preveíamos. Y gracias a que tropezó en un banquillo, dio un batacazo y soltó algunas de las feas palabrotas que él suele soltar. Si no es por esto, nos sorprende.
A las diez salimos del famoso Restaurant-Champeaux, y por señas que mi mujer y yo caminábamos sin decirnos oste ni moste. ¿Por qué tal silencio? Preguntará tal vez algun curioso. ¡Ay, lector, lector de nuestra alma! Ordinariamente no hablamos, despues que somos ... sorprendidos. La escena del Restaurant nos dejó mudos.
Palabra del Dia
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