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Actualizado: 19 de junio de 2025


Pues bien; , es verdad dijo Cristóbal Cuero , pero Satanás os tiene tan bien agarrado, que no os soltará á tres tirones. En vos consiste recoger vuestro caudal, tener á vuestra mujer y á vuestra hija, ó que nos ahorquen á todos. Escoged. ¿Pero cómo puedo yo hacer...? dijo Montiño en el colmo de la desesperación. Decid que no tenéis queja alguna de vuestra esposa, de vuestra hija ni de nosotros.

¡Id a mi patria, id extranjeras flores sembradas del viajero en el camino, y bajo su azul cielo, que guarda mis amores, contad del peregrino la que alienta por su patrio suelo! Id y decid...; decid que cuando el alba vuestro cáliz abrió por vez primera, cabe el Neckar helado, le vísteis silencioso a vuestro lado pensando en su constante primavera.

Un fraile dominico la predicaba sin descanso, y ora usando del ruego, ora de la amenaza, agitaba ante sus ojos la imagen de Cristo crucifijado. Por fin, todos oyeron la áspera voz del religioso, que gritó como enloquecido: ¡Ultima vez: decid que abjuráis de vuestras creencias diabólicas! Aixa meneó la cabeza negativamente.

Quedad tranquila, que os he de traer una saya de seda y un manto de terciopelo que ni para una reina y decid á Juanilla mi hermana que también habrá para ella buenos ducados de plata cuando yo vuelva. Dicho esto regresó el arquero á las filas y continuó la marcha con sus compañeros. La mujer se quedó lloriqueando, y al llegar junto á ella el barón le dijo: ¿Lo véis, señor?

Pasó algún tiempo antes de que de adentro diesen señales de vida. Al fin se abrió el ventanillo enrejado de la puerta, y una voz soñolienta dijo: ¿Qué queréis á estas horas? Decid al confesor del rey dijo Vadillo que un hidalgo que viene en este momento de palacio, le trae una carta de su majestad. El capitán no sabía si aquella majestad era el rey ó la reina.

-De todo eso me huelgo yo mucho -dijo la duquesa-. Id, hermano Panza, y decid a vuestro señor que él sea el bien llegado y el bien venido a mis estados, y que ninguna cosa me pudiera venir que más contento me diera.

Del señor duque de Lerma dijo una voz detrás de Montiño. Volvióse el cocinero mayor, y vió á un lacayo que le entregaba una carta. Tomóla con la mano temblorosa aún por cólera, la abrió y vió que decía: «Señor Francisco: Venid al momento, necesito hablaros. El duque de Lerma. Decid á su excelencia que no puedo separarme en este momento de la cocina dijo al lacayo. Tengo orden de no irme sin vos.

Quanto dan deste? decid. Ciento y dos escudos dan. Por ciento y diez darle han? No, sino pasais de ahi. Está sano? Sano está. Abrele la boca. Abre, no tengas temor. No me la saque, señor, Que ella mesma se cairá. Piensa que sacalle quiero El rapaz alguna muela? Paso, señor, no me duela, Tenga, paso, que me muero. Destotro quánto dan dél? Ducientos escudos dan. Y por quanto le darán?

Ya, ya lo veo. ¿Pero á quién esperáis? A un hombre. Decid más bien á un muerto; y dígolo, porque á pesar del demasiado aire que dais á la hoja de la espada, si yo no fuera quien soy, me hubiérais hecho vos lo que no quiero ser en muchos años. Pero el nombre del muerto; digo, si no hay secreto ó dama de por medio, que no siendo así...

Decid más bien cuánto os debo yo, señor pintor. ¡Este que es un pájaro y no un muñeco; venid aquí, vosotros, y contemplad esta bella enseña! ¡Calla, y tiene los ojos de color de fuego! exclamó la criada. Y unas garras y un pico que dan miedo, dijo Tristán. Miren el niño, y qué callado lo tenía, comentó el arquero. Es ese un gran pájaro y una bonita enseña para vos, patrona.

Palabra del Dia

rigoleto

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